Amar y pensar. Una reseña de "Sirirí", de Francisco Barrios

Por: Kirvin Larios

Arte por: Muerta otra vez

Marcela está devastada porque acaba de terminar su noviazgo de un año con Rodolfo. Para ayudarla a sobrellevar su pena, Diego y Camila, que son pareja (el primero un viejo amigo y la segunda una especie de cómplice que parece comprenderla mejor que su amigo), la invitan a un parque natural donde, sin saberlo, se sumergirá en los distintos momentos de su dolor. Allí, entregada a la novedad de su aflicción, su vivencia se funde con el paisaje, que empieza a recorrer y a contemplar como si todo en él le recordara a sí misma:

 Cuando Marcela miraba al horizonte le parecía que sólo la naturaleza, tan vasta, podía abarcar su desdicha. En la ciudad, su pena debía hacer zigzags entre las calles y encontrar, como en un laberinto, un corredor largo por donde salir. En el campo, en cambio, se podía extender hasta el otro lado de la cordillera, donde ella imaginaba que había valles que sí podían contener sus sentimientos. (p. 87)

Las reflexiones que concibe Francisco Barrios para ahondar en los personajes de Sirirí (Taller de Edición Rocca, 2017) toman un momento de una existencia y lo transforman en una experiencia lúcida, fácilmente imaginable. Esto le da una especial intensidad a sus narraciones, en las que se condensa una vida en un instante o en las que un instante puede estar muy lleno de vida, es decir, de dobleces, texturas emocionales o revelaciones tragicómicas. En “Tres”, el profesor de un colegio bogotano narra así su experiencia amorosa y académica en una ciudad europea:

...el posgrado, Barcelona y mi relación con Tata empezaron a aburrirme. Vivíamos allá, pero repetíamos las rutinas de Bogotá. Entendí entonces que haberme involucrado con una exalumna había sido una forma de seguir en el colegio, de no cambiar. Además, España estaba llena de conocidos, por lo que seguíamos hablando de lo mismo con la misma gente y en la misma lengua. (p. 48)

Los conflictos de los personajes están atravesados, además de por malas decisiones, por fetichismo, soledad, vejez o una problemática curiosidad hacia el otro. Las vidas de amantes, parejas de hace mucho tiempo, o los amoríos no son relatados mediante anécdotas o arquetipos inamovibles, pues los narradores de Barrios se mueven con naturalidad de un escenario a otro y sus conflictos siempre sugieren nuevas maneras de entender el carácter de los protagonistas. Un personaje corriente (por ejemplo: el arquetipo, en el cuento “60%”, del hombre que en medio de las adversidades quiere verse a sí mismo como un valiente guerrero) es conducido a un estado de cosas que lo llevan a indagar en su relación con su propia valentía de macho y sus “hazañas de varón”. Si quisiéramos advertir cuán desafiante es el narrador con sus temas, podemos señalar que en este cuento son particularmente valiosas las alucinaciones del protagonista con tres mujeres –madre, hermana y esposa–, que le revelan casi desde un más allá su falta de seriedad e incapacidad para escucharlas cuando hacía falta.

Barrios saca a la luz los diversos roles asumidos por hombres y mujeres, evidencia las tensiones entre sus prejuicios e indaga en lo risible y tonto de sus conductas. Ya en su primer libro, Tío Vaina (Premio Nacional de Cuento Ciudad de Bogotá, 2011), los narradores se adentran en la existencia de personajes corrientes para mostrarlos en sus facetas más dignas, contradictorias o accidentadas. En “Los días de Rosa”, las tensiones de clase que vive una trabajadora doméstica dialogan con su azarosa historia de amores perdidos y encontrados; en “Holler”, un mensajero eficiente lleva su rol y voluntad a un extremo con resultados fatales y cómicos; en “Las flacas”, un grupo de travestis se entrega a la juerga y al hastío emocional valiéndose de un lenguaje desenfadado que recuerda los relatos de Andrés Caicedo (o al gran oído del escritor caleño para tratar el habla popular). Y aunque el título de este libro hace un guiño al drama Tío Vania de Antón Chéjov, es en Sirirí donde mejor resuena el sentido de la concisión, la audacia y la originalidad que proponía el autor ruso.

En los cuentos de Sirirí no se hacen concesiones a los detalles ni a la verosimilitud de la historia, cada fragmento es un detalle y está muy vivo; nada en estas narraciones pretende pasar por “real” porque todo nace, por así decirlo, cierto y verdadero. Los personajes no surgen como instrumento de su oficio ni como poseedores de un único deseo o voluntad, ya que su oficio o voluntad los recorre, juega con ellos y se integra a sus momentos. En “Un corazón delicado”, la búsqueda de un roomie para su nuevo apartamento lleva a una mujer de clase media a una convivencia chocante con un extranjero. Antes de la convivencia los hechos se nos explican (o sencillamente se nos presentan) así:

Al segundo día llamó un gringo que dijo llamarse Martin. A Johanna le gustó su voz, así que lo citó en el apartamento. Martin era un veinteañero, unos años menor que ella. Llevaba puestas unas bermudas y unas sandalias, estaba bien peinado y, lo más importante, tenía los pies limpios y las uñas de los pies bien cortadas. Queda contratado como mi esclavo sexual, pensó Johanna. (p. 34)

Y en otro momento de la vida de Johanna:

Un mes después de estar compartiendo el apartamento conoció a un tipo en una fiesta y le gustó porque no actuó como el típico macho colombiano: no la miró con insistencia y no intentó tocarla; simplemente se le acercó, se presentó y le habló sin echarle piropos. Hablaron toda la noche. Después intercambiaron teléfonos y se despidieron. No intentó besarla ni le propuso que se fueran de la fiesta a otro lado. Todo un lord, pensó Johanna, como los de Chelsea. (p.35)

En el cuento “Mini Mousse”, un padre busca una animadora para la fiesta de su hija y aprovecha para darle camino a un deseo negado que lo descubre en su oportunismo y torpeza. Sobre su carácter el narrador nos dice:

“Era un tipo eficiente y nervioso, y no le gustaba sentir que estaba perdiendo el tiempo, así que cuando tenía que hablar por teléfono, aprovechaba para mirar otras cosas en Internet y así sentir que le sacaba el jugo a cada minuto. (p. 17)

Jairo decidió que era mejor usar la pistola de silicona para pegar las guirnaldas, en vez de cinta pegante. Se bajó de la escalera y apenas tocó el suelo cayó en cuenta de que eso no era necesario: pegadas con cinta quedaban igual de bien. Volvió a trepar la escalera y cuando iba por la mitad se bajó de súbito y atravesó la cocina hacia el garaje, en busca de la pistola. (p. 24)

Otro aspecto destacable es el contrapunto que asoma en algunas narraciones. En Tío Vaina este recurso es decisivo e identificable en varios textos, pero en Sirirí deja de ser evidente para alcanzar una sugerencia poética notable. “La solterona”, del primer volumen, es protagonizado una mujer angustiada en sus vacaciones por tener marido y formar un hogar. Todo se transforma para el lector cuando descubre que la mujer es una niña estudiante de primaria a la que se le ha hecho cargar con las mismas presiones y pretensiones de los adultos. La infantilización de la adultez y la imposición a una mente joven de asuntos asumidos como relevantes van y vuelven en esta historia que no teme transformarse drásticamente para el lector y al tiempo seguir siendo la misma que fue desde el principio. Este tratamiento de los personajes nos habla de un autor preocupado por no quedarse estático en sus argumentos y trascender permanentemente su apuesta narrativa. De ahí que Marcela, la protagonista del cuento que da título a Sirirí, no se limite a ver reflejado su dolor en el entorno del parque natural: se sumerge en él cuando introduce su cabeza en el agua y se convierte en parte esencial cuando llora al pie de la laguna: se hace agua en el agua. Así, luego de la reflexión y el llanto, encuentra el alivio por dejar atrás lo que hasta ese momento la oprimía: “Más allá, mucho más allá de su amor por un hombre, estaba la tierra para quererla, los cerros, los árboles y las aguas” (p.98).

“Amar es pensar” dice un poema de Fernando Pessoa. Los cuentos de Francisco Barrios son de amor (y están elaborados con amor) en el sentido de que piensan y hacen pensar en lo que hay tras sus variadas exploraciones; tras su delicada perspicacia que permite intuir un tejido de conexiones entre los temas tratados y el todo que los rodea. Son textos que, como ensayos profundos y divertidos, indagan con ingenio en los conflictos de sus personajes. No dejarán indiferente al lector, pues están escritos desde el deseo y la curiosidad por lo que se escribe.

Sirirí
Francisco Barrios
Taller de Edición Rocca
2017