Tómese un tinto con Elisa Estévez

Por: Revista Sombralarga

Arte por: Jennifer Vélez

Santiago Sepúlveda: Comenzaré con una pregunta alejada de la novela. ¿Qué piensas de que el libro se exhiba en algunas librerías dentro de la sección de literatura de jóvenes?

Elisa Estévez: Primero, siento curiosidad, porque yo no lo pensé para un público específico. Me alegraba pensar en un joven que estuviera sintiendo las mismas cosas que yo y tuviera este libro. Porque la literatura, más allá de responder, acompaña. Creo que es una reacción a mi edad, a ser una adolescente, pero, en ese mismo sentido, la literatura infantil escrita por adultos, no debería estar en esa sección. La situación no me genera malestar, al contrario: me parece interesante, pues llegarán jóvenes y se encontrarán con el libro. Pero insisto, no siento que el libro sea específicamente para adolescentes.

Entonces, ¿hasta dónde un libro, una novela, responde al autor que la escribe?, ¿hay una relación directa? Yo siento que no. Es mucho más enriquecedor para uno como lector cuando uno se sabe quién la escribió, esto en términos de sexo, edad y trayectoria.

Estoy totalmente de acuerdo. Y siento que lo que le ocurre a mi novela es producto de ciertas decisiones que yo tomé conscientemente, pero que generan eso. En primer lugar, una protagonista tiene mi nombre y en segundo, la persona que soy yo se parece mucho a la protagonista. Decisiones que tomé y que han generado esa actitud. Pero siento que lo que elegí narrar es solo una herramienta para contar algo que es más de todo el mundo. No es un autoretrato, en la medida en que representa cosas que le pertenecen a todos: los abismos, las emociones, descubrir el amor; y así tantas cosas sobre las que pienso que no son mías: son de todos los seres humanos. Es tan universal la tristeza, por ejemplo, que es azaroso que Atala se parezca a mí y tenga el pelo del mismo color. Todas las decisiones las tomé con fines conceptuales, no fueron tomadas para que se entendiera la novela como una autobiografía.

¿Por qué y en qué momento tomaste la decisión de usar tipografías diferentes, una para los sueños y otra para la narración?

El manuscrito original está escrito en dos colores distintos, pensando en Michael Ende y La historia interminable. Luego me di cuenta de que no quería un cambio tan abrupto, algo que fuera tan evidente. Intenté el uso de las comillas, pero fue muy difícil porque era un recurso recurrente en la escritura, y particularmente la doble comilla me mostró lo poco acertada que fue decisión. Fue la editora la que me propuso el uso de tipografías distintas, idea que me gustó mucho. Lo vi como un cambio sutil: nada tan evidente, pero sí preciso.

La narración de Atala, cuando no está soñando, tiene una sustancia extremadamente diferente a la de los sueños. La narración de estos últimos me hacía pensar en cuentos, no en sueños exactamente, y esto va de la mano con la forma en la que están narrados. Por lo general, cuando contamos un sueño lo hacemos en primera persona y en pasado continuo, pero en la novela están narrados de otra forma: en tercera persona y en pasado. ¿Por qué estas decisiones?

Creo que esto está relacionado con las particularidades del personaje, pues Atala tiene tendencia a la escritura.  Si bien el dibujo es lo que la apasiona, también nos ha dicho que escribe poesía y le gusta la lectura. Cuando llega Elisa en sus sueños, que es ella misma, pero otra, ve en eso la oportunidad de narrarse a sí misma y usarlo como formación de escritora.

Eso, la relación entre el sueño y la narración, me produjo poco a poco una construcción de un mundo muy particular, donde siento que los espacios responden a una mirada muy íntima de Atala. No hay descripciones que recreen espacios, sino que los espacios surgen de la interacción de Atala con ellos. Creo que aquí hay una propuesta de atmósfera. Por lo general, en la lectura uno repara en los espacios para saber el sitio donde se despliega la acción, pero aquí el espacio da cuenta de la relación psicológica con ellos. Por otro lado, un elemento que me parece muy importante es la mentira. Atala se ve a sí misma como una persona mentirosa, pero es una parte muy importante de la narración y que la define. Háblanos de esto.

La lucha con la mentira es la lucha de Atala con no aceptarse a sí misma, por no aceptar cómo estaba reaccionando al mundo, al descubrimiento de la sexualidad, de su afectividad, de sus ideas y deseos. La mentira hacia el mundo, padres o amigos, es escasa, la mayoría va hacia sí misma. En esta medida, su reconciliación es dejar de mentirse.

Es cierto, la de mentira/verdad es una de las múltiples dualidades que se presenta en Atala. Cuéntanos sobre otra dualidad: la importancia de los sueños en Atala y cómo la realidad se relaciona con ellos.

Dice Atala en algún momento: “mis sueños son más reales que mi propia vida”, porque en los sueños se encuentra como Elisa, sintiéndose así más cómoda que como Atala. Esto enrarece la realidad que experimenta en su vida y la que sueña. Así, si yo ando por el mundo pensando que todo es un sueño, como Calderón, Poe, Lewis Carroll o Shakespeare, finalmente empezaré a sentir que estoy soñando. Atala se siente más como ser humano en Elisa, por eso se confunde y dice “esta no es mi realidad, mi realidad son los sueños”.

¿Y cómo entender la dualidad entre dinero y arte, tan conflictiva en la novela?

Esto es una cosa que se repite. Realmente, es una novela repetitiva, en la que pasan cosas distintas pero el centro es el mismo. En la novela conocemos de Atala y el mundo de la Ilustración, el cual le ha dado oportunidades lindas, pero con el que no se reconcilia. Es obvio que para Atala el punto de convulsión está en la relación entre el comercio y el arte; más cuando se recibe dinero por cosas que, en un primer momento, no se pensaron para comerciar, pues pertenecían a lo íntimo.

Una última dualidad de la que me gustaría que hablaras es la que para ella es la soledad y el ser social.

Siento que la soledad que experimenta Atala es interna. No es esa soledad espacial de estar sola, sin personas, sino la de estar en un espacio con personas y a la vez habitada por la soledad. Esta dualidad aparece en tanto tiene personas cerca, compañeros, amigos, padres, profesores, sus animales, pero durante la novela no deja de expresar que está sola y cansada de esta situación. Vive una soledad que es constructo de su manera de percibir el mundo, creada y padecida por ella misma. Atala está en constante negación de su realidad y por esto la ficción la hiere. Si la ficción se toma como tal, mantenida dentro de su marco de creación, la experiencia es maravillosa, pero al confundirla con la vida el resultado puede ser desolador.

La conciencia de la escritura que tiene la narradora me llama la atención. Ella sabe que está contando una historia. Y he encontrado algunas cosas que no recuerdo haber visto en otros textos, por ejemplo, el hecho de contar algo y más adelante hacer una aclaración sobre eso contado, o cuando corrige una traducción que es usada en el mismo texto. A Atala le preocupa dejar ese espacio a la incertidumbre y prefiere aclarar, corregirse, más adelante. ¿Por qué sucede eso y, relacionado con esto, a cuál lector le escribe Elisa?

En las novelas que he leído en las que se menciona a un autor, es claro el momento en el que se escribe, pero acá ella no está escribiendo. Creo que la cosa va más por el lado de la narración propia, del diálogo interno, y tal vez el lector es ella misma. Todo está en su cabeza. Casos en los que sí es evidente son, por ejemplo, Humbert Humbert, el narrador de Lolita, quien dice “estoy escribiendo”, pero en mi caso es una decisión irracional, nada lógica. Es algo misterioso.

Me gustó mucho la idea de permitir que Atala se equivocara, sobre todo en sus momentos de convulsión. Ella, que quiere ser intelectual y va a seminarios, que tiene profesores de literatura con los que conversa, también se equivoca y acepta esa equivocación. Esta idea me emocionaba. Además creo que esto ayudó en su proceso de aceptación.

Pero con las notas a pie de página hay algo distinto. Cuando yo estaba en el proceso de escritura, simultáneamente estaba leyendo una edición de Lolita que tiene muchas notas del traductor. En ese momento yo no tenía ni idea de qué era una nota del traductor. Decía “N. del T.”, y supuse que eso era una nota del autor. Quise hacer lo “mismo” y el original de la novela tenía muchas notas a pie de página. Por supuesto, mi editora me dijo que eso no era así. Quité la mayoría, pero dejé dos.

A propósito de lo que dices, quisiera leer el siguiente fragmento, para luego hacerte una pregunta:

Claro que todo esto era un proceso justo considerando que yo también había cambiado. ¿Había cambiado? ¿Sí? ¿No era, tal vez, la misma niña ingenua y temerosa de hace años? Lo único que me separaba de aquella niña eran mis lecturas y mis dibujos que, pensándolo bien, no son una clave muy buena si quiero hablar de cambio, sino, al contrario, de la quietud, de que no cambio tanto. (p. 192)

¿Cómo fuiste definiendo las imágenes que van acompañando los capítulos? La primera imagen del libro es una oruga, luego, de repente cambian y comienzan a ser flores o arbustos. Yo siento que la oruga da cuenta de que vamos a conocer a un personaje y los arbustos van a dibujar el entorno, las relaciones, el lugar donde vive ella, la oruga. Pero luego hay un rompimiento en el dibujo de la polilla, pues es el primer momento en que se hace una alusión literal a la ilustración, o la ilustración responde literalmente a lo que se dice en el libro. Es el momento en el que Atala tiene una epifanía en la relación que va construyendo con ese entorno, que la vuelve a bajar a tierra y le dice: “tú eres esto”. Háblanos un poco de esas ilustraciones.

La ilustración del libro no es una ilustración narrativa, no es la ilustración que pretende mostrar un suceso, una escena o un cuadro de la novela. Tal vez esa era mi primera idea, pero finalmente, las ilustraciones son alusiones. La oruga hace referencia al primer personaje y las flores aparecen porque están en cambio y renovación constante: uno tiene una flor viva, que cada semana muere, pero vuelve a crecer otra flor, y todo es proceso. Por su parte, los animales, que son la oruga y la polilla (que son lo mismo), tienen una relación más directa con Atala. Hay una polilla en específico cuya especie tiene un estado raro en los insectos que es el subimago, un intermedio entre la etapa larval y el imago, que es el adulto. Es raro que en los insectos haya una etapa intermedia entre larva y adulto, algo así como un insecto adolescente, que no sabe qué es todavía. Los insectos que tienen esa etapa normalmente tienen distinciones que los hacen vulnerables a los peligros externos. Su dibujo alude a esto.

Aquí comienzan las preguntas del público

Nos has comentado del cambio que tuvo el manuscrito en tus charlas con la editora. Me gustaría saber cómo fue esa relación con el editor y qué extrañas de ese manuscrito: qué cambió y qué cambios consideras acertados.

Hubo muy pocos cambios, la mayoría solo de palabras y aspectos de redacción. Podría decir que extraño ciertas palabras, cosas nimias que no intervienen en la historia pero que la editora me dijo que era preferible cambiar. Por ejemplo, modificar la palabra fara por zarigüeya pues la primera no se entiende muy bien, así a mí me suene bella. El cambio más acertado fue la supresión de los pies de página que revelaban algunos misterios pues, no recuerdo quién dijo, “la novela muestra, pero no explica”.

Hay un autor que me gusta mucho que se llama valter hugo mãe. En su novela El hijo de mil hombres (2017), tiene un personaje que habla de morir como volver a la temperatura de las cosas: cuando uno muere pierde su temperatura, y esa temperatura pasa al lugar en el que habitaba. Creo que en tu novela sucede con el agua. Hablas de la muerte como volver al agua, es decir, a la naturaleza que rodea a Atala en su vida cotidiana. Háblanos de eso.

No fue algo tan consciente, es más una libertad poética, es la libertad de decir llanamente que consideraba algo hermoso. Es mirar al agua que siempre retorna, que nunca se acaba. El agua nunca deja de ser: solo pasa de un estado a otro, que es lo que hace Atala con Elisa. Es también como lo que pasa con la pupa. Mi papá me contó que de la pupa no queda casi nada: cuando la pupa se hace larva no queda nada porque se hace líquida, y lo único que preserva de esta en la larva es su cerebro.

¿Cómo fue el proceso de escritura?

Creo que fue un proceso fluido. No tuve momentos de convulsión, pero hubo momentos que no sabía qué decisiones tomar. Duré seis meses escribiendo la novela, dedicada exclusivamente a eso. No fue un proceso muy erudito, ni muy racional; no pensaba tanto. Era raro. Cuando escribía sobre los sueños fue fluido; de pronto no fue un ejercicio tan juicioso en la investigación. No sé al final si fui o no juiciosa. Yo no sé distinguir entre lo que es puramente inspiración de lo que es trabajar.

¿Cuáles son los escritores que más te han influenciado? Tu prosa no es gratuita. Yo sé que estás cansada que te digan que tienes 17 años, pero no cualquier adolescente escribe de esta manera.

Yo creo que le diste al clavo: esto se lo debo a la literatura. Raúl Gómez Jattin, Nabokov, Herman Hesse (que me dio muy duro), Lewis Carroll, Camus. Mirando hacia atrás, llevo muy pocos años de lectura juiciosa, de dedicar mi vida a la lectura. Puedo hacer referencia al existencialismo francés, pero todavía no sé que es, porque he leído a pocos autores.

Pero todos los que has mencionado son hombres…

Buen punto. Creo que ahora está cambiando porque estoy más abierta, pero fue mala suerte, estoy de acuerdo contigo. Bueno, ahora me están llegando más mujeres de la literatura y estoy muy feliz por eso. De hecho, cuando tenía 14 años, cuando decidí que quería ser escritora, estaba leyendo El extranjero y me pregunté: “¡¿Por qué todos los hombres escriben de la mujer así?!”. Ellos son los que piensan, los que razonan y tienen las angustias; la mujer es solo el objeto de admiración, la musa, la bella. Desde entonces, quise hacer lo contrario: hacer una novela en la que la mujer fuera la protagonista –y por eso es raro que no haya hecho esa búsqueda antes, que hasta ahora estoy haciendo–. Ya han llegado a mí libros de María Mercedes Carranza, Meira Delmar, Emily Dickinson, Paola Guevara, y me gusta.

Tengo un comentario desde la experiencia que tuve como lector. Primero, no entiendo por qué catalogan tu novela como juvenil. Para un lector de mi edad no lo es frente a la experiencia que tuve con la lectura. Cuando uno lee el personaje de Atala, que se cuestiona a sí misma con respecto a su soledad y sus dudas que parecen de “adolescentes”, son las mismas que uno tiene cuando se es “adulto”.

Wow, es muy bello lo que dijiste. Gracias.

¿Por qué los personajes de la novela siempre giran en un entorno psicológico? Por otro lado, de lo que te han contado hasta ahora los lectores, ¿cuáles sensaciones o emociones te han sorprendido?

Hace un momento estábamos hablando de eso: la novela es de un ambiente psicológico. La razón es que me interesa cómo reacciona Atala ante el mundo, más que el mundo en sí mismo. Mi propósito no es armar teorías ni cosas políticas, sino la relación de ella con el mundo. No sé qué ha generado eso en los lectores, más bien, hago la pregunta a quienes la leyeron: en un sentido emocional ¿qué les ha generado la novela?

A pesar de que tengo muchos años, me sentí como una niña de diecisiete porque me identifiqué totalmente con los abismos de Atala, y eso me hizo pensar hasta qué punto esos abismos nos van a acompañar tanto tiempo. Por eso mismo, creo que la gran virtud del personaje es la sinceridad, la aceptación y la capacidad de habitar su propia casa. 

Es precioso lo que dices. Al final de la novela, ella dice que vendrán más abismos y que su vida se mantendrá así. No es tanto que ella haya superado todos sus abismos en ese momento: es que logró superar uno, y eso la hace una heroína. Quizá por esa razón, esta es una novela de héroes. El ser humano se hace a través de esos abismos una y otra vez, a través de eso vive la vida.

Creo que esta novela se puede convertir en una novela de culto porque se presta para la identificación con esa mentira y esa tristeza de Atala que, a la vez, es lo más sincero que puede dar. Entonces, desde eso seguramente va a surguir una comunidad de solitarios y tristes, pero virtuosos y sinceros.

Me atrevo a decir que si alguien lee la novela, y se queda solo con esa parte, es una mala lectura. No me gusta la expresión “mala lectura”, pero no es la lectura que a mi me gustaría que se quedara de la novela. La tristeza existe para superarla, y ese es el camino. Un amigo me dijo que esta novela se parecía a una novela del existencialismo francés, y no me parece que el dilema de Atala sea totalmente eterno e imposible de resolver. Es ella misma, solo eso. Es muy sencillo.