Sabotaje, o de la libertad y la sujeción

Por: Jose Castellanos

Arte por: Jennifer Vélez

Han pasado varios días desde que se publicó aquella columna en la que se calificó de fascista, falangista y bolchevique una invitación que hice en mi cuenta de Facebook, como una broma evidente, a sabotear un evento de Mario Vargas Llosa en la pasada Feria del Libro. Aunque sobre el tema se ha dicho bastante, considero que una respuesta sistemática, extensa y reflexiva (en contraposición a los comentarios repentinos y generalmente cortos que se publican en Facebook) es fundamental para no dejar en el aire eso que comenzó como una nimiedad y se convirtió rápidamente en una discusión necesaria sobre la crítica y el poder. La broma, en un principio frívola, fue leída con exagerada literalidad por el columnista, pues aunque declaró “haber entendido el chiste”, mantuvo su argumentación centrada en el potencial sabotaje. Este es un ejercicio de retrospección sobre una broma que se ha tornado pretexto para pensar. Aclaro al lector que las citas que usaré son tomadas tanto de la columna, como de los comentarios con los que siguió la discusión en Facebook.

Para el columnista, mi broma encarna “dos formas sumamente equívocas de relacionarnos con la libertad de expresión” y es una muestra de que me tomo “deportivamente” algo que le “gustaría llamar cortesía entre pares”. Así, dos elementos son fundamentales en su interpretación. Por un lado, que los chistes, según Freud, “revelan muy bien lo que llevamos por dentro”. Por otro, que en ciertos casos es necesario guardar las formas cuando se trata de literatura.

Es curioso que, en la misma argumentación, se usen la libertad de expresión y la cortesía como valores homólogos. Sea lo anterior intencional o no, la mención de Freud sirve en este caso para recordar que él no solo escribió sobre el chiste y su relación con el inconsciente, sino también de las posibles asociaciones que traen los lapsus linguae, o actos fallidos. ¿Es esa relación implícita entre libertad de expresión y cortesía un acto fallido?  Aunque no estoy usando el término con responsabilidad científica, me importa preguntar si como se dice lo uno se dice lo otro: ¿es la libertad de expresión un acto de cortesía? ¿Cuál es la relación entre un derecho republicano que permite expresarnos de manera pública, abierta y sin censura, y una serie de preceptos de comportamiento? La asociación entre una disposición constitucional esencial para el funcionamiento de una sociedad democrática y los valores predominantes en un grupo social particular como son “las formas”, “la cortesía”, evitar lo “bochornoso”, la “elegancia”, dicen mucho acerca de cierta manera de concebir el funcionamiento de la crítica.

Sabotear a un escritor sería, entonces, impensable porque los dos elementos de esa idea no son equiparables: un sabotaje es un acto concreto y una obra es... ¿algo intangible y etéreo? No es más que un lugar común pensar en que la tarea del escritor es “solo escribir”. ¿No es escribir una labor que requiere tiempo, espacio, fuerza, condiciones materiales? ¿No son los escritores personas que caminan, hablan en público, sudan, establecen relaciones con otras personas? ¿No son leer y escribir actos políticos? Al respecto, son lúcidas las palabras de Giuseppe Caputo en su columna “Lo que nace en nuestro cuerpo”, con la que nos dio la bienvenida a la FILBo de este año: “Pocas acciones y estados hacen más evidente esa inseparabilidad de los privado y lo público que la lectura y la escritura, actos íntimos que tienen la capacidad de reconstruir el mundo”.

El ejemplo de Mario Vargas Llosa es perfecto, pues con la historia de su trasegar político (que oscila entre el entusiasmo con la Revolución Cubana, la denuncia internacional del caso Padilla, la candidatura a la presidencia de Perú y la instrumentalización de su visita al país como invitado oficial de la FILBo para apoyar la carrera presidencial de Iván Duque) demuestra claramente que escribir no es solo pensar, es también actuar en el mundo. Que frente a esto no solo basta alzar la voz (aunque esto sea ya un acto) y es completamente válido el boicot (o el sabotaje, que pueden ser sinónimos, pues ambos apuntan tanto a la desobediencia como a la obstaculización de los actos que legitiman a un poderoso). Como dijo alguien en otro comentario: con la boca no solo se habla, también se muerde.

Al comentario anterior, el columnista respondió: “Nada más te pido que te fijes en el gesto: un boicot. ¿A eso es a lo que debemos dedicarnos los que escribimos crítica?”.Mi respuesta a una pregunta que no me hizo es que sí. Que, a la luz de lo que ha sucedido, pienso en que tiene razón cuando declara que detrás de la broma se escondía una verdad profunda: que la crítica y el boicot están más estrechamente emparentados de lo que cree. La crítica no tiene nada que ver con la cortesía ni con la elegancia ni con las formas, y es urgente protestar frente a la visita de un premio Nobel que ha usado su posición para ayudar a consolidar un proyecto político excluyente y violento.

Debemos todavía pensar en otras formas de boicot. Más allá incluso de buscar imposibilitar el acto mismo de la expresión, el sabotaje principal debe ser a lo que despertó la visita de Mario Vargas Llosa al país. En el Gimnasio Moderno le rindieron pleitesía, en Facebook, un reseñista de El Espectador llegó a la cursilería de agradecer a los organizadores de su visita haber podido respirar el mismo aire que él, y la campaña presidencial de Iván Duque, que tuvo una velada político-literaria a su lado, usó su aval como el espaldarazo intelectual que necesitaba. No quiero sobredimensionar estos eventos aislados, porque las charlas del escritor peruano fueron tratadas en la feria, tanto por el público como por los organizadores, como cualquier otra. Sin embargo, esas reacciones son muestra de una sumisión total del espíritu crítico, y frente a esta, qué provechoso y necesario habría sido un buen boicot, visto no como un acto destructor y exclusivamente violento, sino como uno que rompiera la ilusión fatídica de esa burbuja de solemnidad vacía.

En Mediaciones de lo sensible, su último libro, la filósofa Luciana Cadahia reflexiona sobre la relación del humano con el poder que, entre otras cosas, moldea, orienta y controla su conducta, aunque no sin resistencia. Leo aquella columna como un intento por “conducir”, es decir, regular la conducta del otro por medio tanto de una “amistosa reconvención”, como de comentarios del tipo: “tenga por lo menos la gallardía de reconocer que fue una equivocación”. Siguiendo a Cadahia, interpreto la situación como un juego entre el poder y la libertad. La filósofa argentina rescata la distinción foucaultiana entre la sujeción y la subjetivación de sí. La sujeción se da a través de la vigilancia, pues obliga al individuo a actuar de una manera particular, y fija lo que debe y no debe hacer. Por su parte, la subjetivación es una serie de prácticas mediante las cuales el individuo analiza sus acciones y se autoconstituye de una manera cada vez más libre. Es claro que esto no se puede dar por fuera de las relaciones de poder, por eso mi respuesta es esta autoreflexión como una técnica de subjetivación, como forma de pensar mi actuar enfrentado a y generado por el interés coercitivo de otros. La relación conflictiva entre mis acciones y el supuesto poder de otro es lo que me lleva a buscar hacerme libre. Esa es la diferencia, añado, entre la cortesía impuesta, producto de relaciones en grupos sociales cerrados, y la libertad de expresión republicana. Ese es el ejercicio de la crítica: el constante hacernos libres, el buscar la transformación de esas relaciones que buscan sujetarnos.

En el libro de Cadahia queda claro que el poder no puede verse únicamente como coercitivo y opresor, ni la resistencia solo como destructiva y salvaje, porque ambos generan al otro: sin libertad no hay poder que valga y sin poder no hay libertad posible. Desde esa idea, todo este asunto podría terminar en lo que debería: una reapropiación de la crítica como institución, que tiene en Mario Jursich, autor de la columna, fundador y ex editor de El Malpensante, editor del Fondo de Cultura Económica en Colombia, columnista de Arcadia y jurado de jurados, un representante claro de esas formas anquilosadas y restringidas de relacionarse con la literatura y de pensar los vínculos entre la cultura y la sociedad. Que esto sea el comienzo de un boicot a esa crítica que se constituye como una forma de sujeción y no como una forma de resistencia.