
Esta fue la charla entre Carolina Sanín y Santiago Sepúlveda el pasado 15 de mayo en Café Nicanor.

En otro espacio presentamos la serie de eventos "Tómese un tinto con...". Esta es la primera de una serie de notas que les ofreceremos sobre algunos de estos encuentros.
En la sesión inaugural del año, corre febrero y el invitado es Javier Alonso García-Pozuelo (Madrid, 1972), escritor y médico de profesión. La conversación la guía el también escritor Eduardo Otálora Marulanda y gira en torno a La cajita de rapé (Ediciones Maeva, 2017), novela policiaca e histórica que transcurre en el Madrid de la segunda mitad del siglo XIX. Su protagonista, el complejo inspector Benítez, busca resolver el misterioso asesinato de Lorenza, humilde criada de una familia prestigiosa. Para esto, Benítez tendrá que sortear, por un lado, intereses de poder y, por otro, los fantasmas de su pasado.
Eduardo Otálora Marulanda: ¿Alonso, por qué escribir si uno tiene un oficio de los de bien?
Durante la carrera, me gustaba lo que estudiaba porque no tenía que estar ejerciendo como médico, debido al enfoque teórico de los programas de medicina en España. Pero después de estudiar me di cuenta de que esa no era mi vocación, y pues... ¡algo tenía que hacer!, así que opté por la escritura.
¿Cómo fue armar un crimen perfecto, que exigiera investigación y a la vez fuera un misterio para develar?
Yo quería hablar sobre un tema en concreto: el abuso de poder. Un abuso en distintos niveles: el de la clase política con los ciudadanos y empleados públicos, que se puede ver en la novela con respecto al inspector; el de los hijos y los padres, en el que se trata de imponer una carrera o un matrimonio; y el de los patrones sobre sus empleados, en el que una familia burguesa ejerce poder sobre la sirvienta.
Así que, más que en el crimen, comencé a trabajar en el tema y en la época de la novela (1861), un periodo de vital importancia pues es cuando se gesta la sociedad actual tanto en España como en Colombia. Con estos dos elementos resueltos, solo tenía que darle forma. Allí es que aparece el crimen con el que comienza la novela, que me obliga a recurrir a toda la literatura de género para ir construyendo un esquema de novela policiaca. No sé si llamarla negra, pero por lo menos sí policiaca.
¿Por qué el inspector Benítez necesita resolver el crimen?
El inspector representa ese tipo de personas que en su vida tienen ciertos problemas y lo compensan con volcarse al trabajo. Pero el afán de Benítez por saber qué sucedió en el asesinato de la criada no se da por su calidad moral, sino porque ese es su oficio. Yo quería que el protagonista se tomara muy en serio su trabajo, es decir, que develara quién está detrás del asesinato de una persona, sin ninguna distinción; sin importar que fuera una criada, la reina Isabel II o el gobernador de la provincia. No quería retratar un personaje con una catadura moral superior, sino simplemente a un profesional.
La cajita de rapé tiene como virtud la construcción de un universo creativo (un lugar y un tiempo en los que suceden los hechos). Ahora bien, ¿la historia sobre un crimen exigió el universo creativo o este permitió la historia?
No quería cometer anacronismos y deseaba investigación policiaca. Hay novelas famosas del siglo diecinueve que apenas tienen investigación, es decir, en las que todo se resuelve por casualidad o por inspiración. Distinto a esto, yo quería que la novela policiaca tuviera investigación. Eso era muy complicado. Tenía que saber cómo investigaba la policía en 1861, aspecto que me exigió mucha documentación. Entonces, la construcción fue paralela, dado que mientras yo iba afianzando mis conocimientos sobre la investigación de la época, iba construyendo el escenario. Esto me permitió relajarme en el proceso creativo porque no cometía anacronismos y me daba elementos para la creación de los personajes.
El reto de la literatura de género (ya sea la novela negra o policiaca) es abarcar las convenciones de sus referentes, pero no limitarse a ellas. ¿Cuáles son estos referentes y cómo entran en la construcción de esta novela? ¿Qué entiende por novela negra y por novela policiaca?
En España está muy en boga la novela negra. Sin embargo, a veces se confunde su esquema para hacer referencia a la novela policiaca.
El prototipo de la novela policiaca o de enigma nace a mediados del siglo XIX a partir de la publicación de Los crímenes de la calle Morgue (1841), de Edgar Allan Poe, y se afianza con Dickens, Wilkie Collins y, sobretodo, con Conan Doyle. En esta novela aparece un detective que logra resolver un crimen gracias a su capacidad de deducción prodigiosa.
Por su parte, la novela negra nace a partir de 1920 con la revista norteamericana Black Mask, en la que se empiezan a publicar una serie de relatos que, aunque contienen un crimen, no se enfocan ya en cómo el investigador lo resuelve a partir de su capacidad intelectual (a lo Sherlock Holmes). Lo que interesa ahora es el ambiente, las condiciones que han propiciado el crimen. Un librero en España lo resume así: “Ya no es tan importante saber cómo se disparó y quiénes dispararon (propio de la novela policiaca), sino quién le encargó el trabajo al pistolero, cómo consiguió las armas o cómo era el ambiente en que esta persona vivía para que al final cogiera el arma”. Eso sería la novela negra, una variante de la novela policiaca en la que el contexto social tiene un fuerte protagonismo.
Ahora bien, a pesar de que mi novela se ambienta en 1861, justo cuando nace la novela policiaca y aparece uno de los grandes títulos de la novela decimonónica, El misterio de Notting Hill (1862), mis esquemas son de novela negra, pues atienden más al contexto, aunque haya un protagonista que es un investigador que hace su trabajo con los recursos de la época. En mi cabeza no tenía el modelo de Sherlock Holmes ni el de Poirot o Dupin, es decir, el de un detective con unos conocimientos especiales. El detective de mi novela es un policía más parecido a los de ahora: hecho a base de patearse la calle, de interrogar, del oficio y la capacidad de observación que es común a cualquier policía, tanto en el modelo de novela negra o policiaca clásica.
A diferencia de Holmes, que no puede delegar porque el genio es él, una de las características de este investigador es que delega su trabajo a otros personajes, y acá empezamos a ver que confía en los otros.
Con esto, intento transmitir una idea: si te rodeas de gente valiosa al final el trabajo es mucho más productivo. Entonces, Benítez forma a la gente con la que trabaja y confía en ella porque es la única manera. No hay otra forma. La tecnología y los medios de transporte de la época no permiten que una persona sea la que haga todo. Y ese es el reto que se me imponía: hacer que una novela histórica tuviera un investigador, creíble y alejado de lo fantasioso.
A esta altura, los asistentes entran en la charla a con sus preguntas e intervenciones. El diálogo se amplía y sigue en contrapunteos de pregunta y respuesta.
Aunque no he terminado de leer tu novela, veo que la estructura de los capítulos se parece a la de una novela por entregas, al mejor estilo decimonónico. Por esto me parece que la estructura de tu libro sí obedece a la de una novela policiaca, ¿o me equivoco?
El hecho de que un capítulo acabe en un momento álgido y te haga querer leer el siguiente puede ser una técnica de folletín. Así escribieron autores decimonónicos como Flaubert, Dostoievski y Dickens, quienes publicaban el folletín en el periódico, lo que generaba que el lector estuviera siempre pendiente de la siguiente entrega. ¡Bendito folletín! Pero muchas novelas, independientemente del género, buscan tener una continuidad de los capítulos y que al final de estos pasen dos cosas: que se cierre de alguna forma o que dé apertura al siguiente. Entonces, eso no es exclusivo de la novela policiaca, como sí lo es de la novela en general. A mí me gusta que al llegar al final de un capítulo se cierre un tema y se vea la evolución de algo; pero también me gusta dejar abierto algún elemento para que el lector desee leer el siguiente. Entonces, pensando en los lectores, me interesa que les guste llegar al final de un capítulo y les dé rabia dejarlo. He intentado hacerlo así en algunos capítulos, y para otros he construido el apartado como si fuera un cuento, como se hizo en el Quijote. Aunque todos los capítulos vienen de forma encadenada, me gusta esa idea de algunos con unidad temática.
Tu novela tiene la fuerza de la trama encadenada de una novela policiaca, en la que un capítulo jalona al otro, pero también posee de la novela negra que obedece a un contexto muy rico que propicia ciertas circunstancias para que se dé una trama mucho más completa y nutrida.
¡Ojalá! Esta es una novela que engancha como las novelas policiacas de Agatha Christie, pero, a la vez, entra en la psicología de los personajes. No sé si lo he conseguido, pero esa era mi intención. De ahí que, cuando hablamos de los referentes, estén los dos; es decir, hay que resolver un caso, tengo que ser ccmo Sherlock Holmes e ir a interrogar a la criada amiga de la señora donde trabaja Lorenza y fijarme mucho en los detalles, como cuando él se fija en el tipo de las velas; pero en toda la trama me permito describir la sociedad del momento.
No sé si la particularidad de este personaje de tener una profundidad de un pasado que lo atormenta, vivir con unos fantasmas que no le dejan en paz, verse constreñido por un contexto y unas jerarquías políticas sea lo que determina la novela negra. Porque en una novela policiaca el detective logra develar el misterio, pero se conoce muy poco de su vida, nada de lidiar con fantasmas del tamaño de una frustración por una relación con el padre o cosas por el estilo. En últimas, uno siente que el inspector Benítez es un policía del siglo XX, pero en el siglo XIX.
Y sin anacronismos. No tengo nada más que añadir a tu comentario. Un escritor, si de verdad ama la literatura, antes que nada, debe escribir una novela, sea histórica o policiaca. Y una novela en la que no se hurga en los personajes, en la profundidad psicológica de sus conflictos, no es una novela; más bien, es una serie de televisión u otra cosa. Me propuse escribir una novela porque yo necesitaba desarrollar un personaje, y, por eso, a algunos críticos de novela negra, ésta no les gusta. En fin, para mí lo que has hecho es un halago, de los mayores que me han dado.
Yo, como lectora común, no especializada en novela de género ni nada parecido, empecé esta novela con algo de temor porque es de época (particularmente en España), pero me atrapó: sus detalles e imágenes me han parecido maravillosas. El temor se difuminó y, al contrario, la siento muy cercana. ¿Cómo lograste que la novela perdiera la pesadez de la novela histórica, que generalmente nos hace sentir que se debe investigar previamente para comprenderla?
Me gusta la novela decimonónica: Galdós, Clarín, autores españoles del diecinueve. Pero sé que los jóvenes, hoy en día, no pueden con esos ladrillos. Por ejemplo, no pueden leer Fortunata y Jacinta, así esta sea una obra exquisita; y el profesor que la haga leer con seguridad fracasará. Y esto porque con la terminología y las referencias a la época, estas novelas se tornan pesadas. Pues bien, cuando tuve construida la historia y el esquema, la trama y los personajes, le dediqué mucho tiempo a lograr ese equilibrio entre descripciones fieles a la época y el uso de las palabras más cercanas a la actualidad.
La mayoría de mis lectores están en España, pero desde hace unos meses he tenido lectores en Perú, Guatemala, etcétera, y me gusta eso que dices, que aunque sea una novela ambientada en el Madrid del siglo XIX, desde fuera no se hace extraña. Todo esto ha significado trabajo, mucho trabajo: pensar en un lector que no lee con frecuencia novelas decimonónicas, y hacer una que pudiera leer y disfrutar. Pienso mucho en los lectores.
Entonces, podemos decir que modernicé la historia que desarrollo, pero sin usar palabras actuales que en la época no se utilizaran. He sido bastante fiel, incluso con las expresiones coloquiales. Para lograr esto, busqué la palabra temporalmente más cercana entre las varias opciones de la época. Hay algo curioso: he notado que acá en Colombia, como en el resto de Latinoamérica, se siguen usando vocablos que en España ya no se utilizan. Por ejemplo, “cesante” para referirse a desempleado, y eso me hace pensar que de pronto acá entienden más mi novela que en la misma España.
En la novela me llamó la atención el despliegue de gestos y lo decisivo de ellos, pues dicen mucho en varios momentos. Es una novela de acción, y no sólo porque pasen muchas cosas sino porque muchas cosas se dicen con esos gestos. Por otro lado, esos gestos nos ayudan a perfilar los varios personajes que existen en la novela, y acá es donde me preguntaba: ¿por qué la necesidad de introducir tantos personajes, si algunos de ellos apenas se presentan o aparecen? ¿Cómo fue su construcción? Me hubiera gustado un despliegue más amplio de algunos de ellos, que se insinuaban muy interesantes.
Creo que la trama me imponía que surgieran diversos personajes. Además, el despliegue de algunos de estos, por ejemplo, la familia de Benítez, me hacía pensar que podrían existir otras novelas a futuro. Entonces, me arriesgué a que el lector conociera el mundo de Benítez, y esto me habría podido significar un fracaso, pero algunos lectores me han dicho que quieren más de Benítez y su familia.
Por otro lado, la cantidad de personajes me permite abordar temas y entramados que con pocos no habría podido, por ejemplo, la existencia de machismos. Y sé que esto no es necesario en una novela policiaca, pero yo, en mi novela, sí lo quería abordar.
En cuanto a la construcción de personajes, debo decir que este es mi tercer intento de novela. Y, simultáneo a su escritura, hice además el guion cinematográfico, con lo que se denomina en el medio “biblia”: con fotos de personajes y descripciones pormenorizadas, a veces sacadas de grabados de la época o de fotos de actores que consideraba pertinentes para el personaje que creaba. Con esta “biblia” conformada, sólo quedaba ver la necesidad del momento y echar mano del personaje que éste pedía.
Los personajes hablan con naturalidad, el de clase baja, el de clase alta, el funcionario, ¿cómo lograste eso, la naturalidad en personajes del siglo XIX?Leí los textos de la época: literatura costumbrista y obras de teatro. Pero lo principal fueron las obras de teatro, pues como están construidas desde los diálogos, ese estilo se te va quedando luego de leer muchas, adquieres el lenguaje de la época. Lo importante es que oigas hablar en la literatura de la época, bien sea en novelas, teatro u otros.
Yo no soy tan conocedora de temas literarios. Leo porque me gusta imaginar y por eso mismo esta novela me parece fenomenal. Sus descripciones son tan ricas que las imágenes que vienen a la cabeza son de una claridad y contundencia increíble. Además, el detalle de la fidelidad de los diálogos, que atienden a la clase o las regiones, da muchas herramientas al lector para "montarse en la película". Todos estos aspectos, su riqueza descriptiva que potencia la imaginación, me hacen pensar en que esta podría ser una novela aprovechable con otro público, por ejemplo, personas con discapacidad visual. Sería interesante su edición en audiolibro.Me gusta mucho este comentario porque a esta novela le dediqué mucho tiempo: fue casi lo único que hice en ese momento. Era un trabajo que no me daba dinero, pero igual lo concebía como un trabajo. Para los acentos, por ejemplo, leí durante meses prensa asturiana, y me consolaba con la idea de que alguien valoraría todo este trabajo. Y acás estás tú, que lo haces con ese comentario. Respecto al audiolibro, te digo que dentro de poco saldrá la versión en este formato.
¿Qué ganó más, el oficio historiográfico o la pasión de construir el contexto para desarrollar la historia?
No he querido cometer anacronismos históricos como, por ejemplo (como comentaba con una amiga) que estés iluminando la escena con un elemento que no existía en la época. Con respecto a las frases, no las adapté al lenguaje contemporáneo. Más bien, dentro del abanico de expresiones, utilizaba la que iba a ser más fácil para el lector contemporáneo. Aun así, tú me preguntas qué ha pesado más, si la pasión por el rigor histórico o la trama. Pues bien, como le he dedicado tantas horas, no he tenido que sacrificar nada a pesar de que la editorial es muy comercial y tiene algunas novelas ligeras. En ese sentido he sido fiel al rigor histórico: las clases sociales hablan como hablaban en la época y he intentado que se entendieran, a menos que fuera muy extremo como, por ejemplo, una expresión que no se hubiera utilizado hace 150 años.
Desde lo que hemos venido hablando, podemos decir que la novela es muchas novelas. Por una parte, es una novela policiaca, pero también es una novela política, además de una novela histórica. A mí me gustaría saber cómo usaste los recursos para que conviniera todo. Por recursos me refiero al cuerpo verbal en presente, a la elección del narrador en tercera persona y a la primera persona de Benítez. ¿El tiempo verbal en presente tiene alguna intencionalidad con respecto a esta, como reinventar el pasado como si fuera una especie de presente?
Para mí escribir en presente fue complicado porque estaba acostumbrado a escribir en pasado. Lo adopté porque gran cantidad de la novela negra y policiaca está escrita en presente, lo que te permite meterte más en la acción, en la trama y en las situaciones. Entonces, me parecía interesante, a pesar de tener ese aire decimonónico, escribirla en tiempo presente.
En cuanto a la tercera persona debo hacer una precisión: no cambia. Lo que encuentras en el prólogo es un monólogo interior, pero escrito en tercera persona, no en primera. Lo que pasa es que logras meterte mucho en la cabeza de Lorenza, incluso en eso que quiere verbalizar, pero que no puede, por efecto de la droga. Por otro lado, hacer la novela en primera persona con Benítez era complicadísimo porque necesitaba contar el contexto de la época, la situación política y cómo eran las calles de Madrid, y eso, desde una primera persona, en la cabeza de alguien, es muy complicado.
Si quieres hacer una novela descriptiva y de época tiene que ser desde una tercera persona. Como concesión, la novela está narrada en una tercera persona omnisciente, pero parcial, que solo entra a la cabeza de Benítez.
A mí me inquieta tu oficio como escritor, ¿cuánto tiempo te llevó escribir la novela? ¿Cómo ha sido tu formación de escritor y cómo llegaste a esto, teniendo en cuenta que eres médico?
En 2010 tenía un trabajo bien remunerado y un contrato estable en formación médica. En ese momento quedamos embarazados y fue repulsivo saber que iba a tener un hijo y preguntarme “Yo qué quiero que mi hijo diga de mí cuando crezca”. En ese momento supe que yo era escritor: llevaba toda la vida escribiendo relatos, canciones, incluso dos intentos de novela. Entonces, me llegó la idea de escribir otra novela y tomé una decisión importante y arriesgada: dejé el trabajo para dedicarle tiempo a mi hijo y a la escritura. Dejé el trabajo, tenía algunos ahorros, e hice el cálculo de cuántos años me podía dedicar a escribir.
Estuve tres años escribiendo y dedicando tiempo a mi hijo, pero en condiciones complicadas porque no tenía sitio en casa para escribir y debía ir a las bibliotecas. Luego, duré un año más trabajando en la versión que envié a las editoriales, porque es importante una propuesta seria y que vean que detrás de ese libro hay alguien con pasión. Recuerdo la entrevista que tuve con las dos editoras de Maeva, a quienes les gustó el libro. La primera lectora hizo un informe muy bueno, pero gracias a la entrevista que conseguí el contrato editorial, porque vieron quién estaba detrás de esto. Hay mucha gente que ha enviado novelas que son tan buenas como esta, pero ¡luego hay que defenderla!
Luego de firmar el contrato con la editorial, duré otro año preparando la novela. Desde su publicación (en febrero de 2017) hasta el día de hoy, le he dedicado una barbaridad de horas a su divulgación. Al final, si no te profesionalizas, tu libro no se lee, y eso es lo importante de un escritor. Si yo hubiera estado en un trabajo de nueve de la mañana a cinco de la tarde, no estaría aquí, y mi novela no estaría nominada a un encuentro de novela negra, ni me harían entrevistas en la radio, ni estaría en ferias de libro, porque no habría tenido el tiempo. La editorial trabajó por mí tres meses, y es ya es bastante. Lo que viene después lo tienes que hacer tú.
La cajia de rapé
Javier Alonso García-Pozuelo
Maeva ediciones
315 páginas
2017
Esta fue la charla entre Carolina Sanín y Santiago Sepúlveda el pasado 15 de mayo en Café Nicanor.
Pocos años después, el viejo se encuentra sentado frente al televisor. Sabe que existe un monstruo brillante que juega al fútbol y juega para su equipo.
Las reseñas son un juicio o un resumen, pero Wintu, de Lorena Huitrón, no podría ser juzgado o resumido
Reseña y diálogo con la autora de El miedo tiene los ojos grandes, Ana Mardoquea
Un cuento de pandemia, para transpirar lentamente
Una conversación sobre "El diablo de las provincias", la última novela del escritor colombiano.