
Un cuento que brilla por su intensidad y precisión, como la luna y olor del humo que relata.

Evelio Rosero (Bogotá, 1958), con una carrera de más de veinte años, ha incursionado en el teatro, el cuento, la literatura para niños y jóvenes, la poesía y la novela. En total ha publicado treinta y cuatro títulos, nueve de los cuales le han valido reconocidos premios literarios. Toño Ciruelo (Tusquets, 2017), su última novela, llama la atención entre esta amplia biblioteca por ser considera por el mismo Rosero como su mejor obra, incluso mejor a Los ejércitos (2007), referente de la narrativa colombiana de las últimas décadas. Aunque tendrán que pasar varios años para corroborar esta afirmación, sí nos consta que Toño Ciruelo materializa un tema que es recurrente en el mundo literario de Rosero: la banalidad del mal.
Desde 1988, ya es posible encontrar referencia al mal en el poema Los monstruos (Las lunas de Chía), cuya voz poética dice:
Pero lo cierto es que los monstruos aburren.
Si bien hace años espantaban,
hoy es posible asegurar que los monstruos aburren.
De una u otra manera nos hemos acostumbrado a ellos.
El “monstruo” es la figura que mejor representa la maldad y expresa nuestros miedos más profundos. En ella se inscribe Toño Ciruelo, una criatura que atormenta y asesina a las mujeres de Bogotá para reforzar su existencia. Como un depredador o un animal que caza a su presa: raptarlas como si yo un tigre, llevármelas enganchadas en los colmillos, chillando, debatiéndose, afirma Ciruelo.
Sin embargo, a diferencia de 2666 de Roberto Bolaño y los famosos feminicidios presentados de forma periodística y descarnada, acá el centro es otro. El propósito en Toño Ciruelo es mostrar la otra cara de la moneda, develar la mente asesina del monstruo desde una narración grotesca, escatológica y, ante todo, verosímil. La maldad como un componente indisoluble de una realidad violenta. Este ha sido el punto de partida de la propuesta narrativa de Rosero desde su inicio. En sus obras la violencia cotidiana del entorno se conjuga con las obsesiones de los personajes y desata en ellos la maldad. Así, personajes degradados, pérfidos y enfermos existenciales cobran vida cuando se desenvuelven en espacios sociales en lo que se respira una violencia sutil y, en algunos casos, imperceptible: el colegio religioso, la ciudad, el círculo cerrado de la clase dirigente, los barrios periféricos de la clase baja, los cafés de poetas y el seno de la familia católica. Estos espacios son el mapa y el manifiesto de la maldad de Toño Ciruelo, quien hace apología de la vulgaridad y el infierno de estos lugares cotidianos.
El narrador, Eri Salgado, nos lleva de la mano, como voyeures, por la vida del monstruo para así conocer sus razones y motivaciones. Eri recupera tres momentos en los que tuvo noticia de Ciruelo: a los catorce, a los treinta y a los cincuenta años. En la medida en que se desarrollan estas etapas, se presentan de manera más sofisticada los actos malvados de Ciruelo. Y, a su vez, poco a poco, vamos descubriendo el carácter y la historia del personaje: su hipersexualidad temprana, su inteligencia penetrante, su soberbia, su magnetismo, su odio por la humanidad y el lenguaje determinista y absoluto con el que alude a este odio:
El mundo entero es un asco, Eri, los terroristas y los banqueros son sus dueños, ni siquiera los religiosos, ¡qué ilusiones! Ninguno de esos engendros tiene la culpa, sencillamente participan del mundo, nadie sabe quién mata a quien, y nosotros no somos la excepción, ni siquiera sabemos quiénes somos. Los campesinos que siembran, los pesadores que pescan encarnan la única esperanza de la Tierra, pero como son simples, elementales como los árboles, los idiotas de la familia, los van a desaparecer como rinocerontes y…, ya lo verás, Eri, si vives, si acaso resistes, tú no sabes resistir. (114)
Como su confesor, Salgado atestigua sobre la vida de su ‘amigo’, lo que significa, a su vez, escribir sobre su propia tragedia: la tensión entre el interés que como escritor siente por un personaje tan particular y la repulsión que sus actos le provocan. La balanza se inclina, al final, a un juicio moral que no deja de estar exento de contradicciones.
La tragedia de Ciruelo, por su parte, es la imposibilidad de escribir sobre su propia vida, que sabe especial. Su escritura es caótica, determinista, binaria, y su prepotencia solo le permite ‘llevar’ fragmentos de un diario. A diferencia de Toño, Eri es escritor y puede, de manera ordenada y empática, escribir sobre la vida de otros.
Al final, los dos personajes se necesitan mutuamente. Eri necesita a Ciruelo como objeto literario, como el psicópata que todo escritor sueña conocer para darle vida a sus libros; y Ciruelo necesita de Eri como narrador, alguien con la empatía y el talento suficiente para llegar a un gran público con su historia.
Toño Ciruelo, en resumen, pone en evidencia el modo en que nuestra sociedad responde (o se adapta) a la maldad. Una maldad, con sus monstruos, que se mimetiza en espacios cotidianos con una violencia silenciosa. Pero que, cuando se hace visible, seduce y sorprende, retando así la moralidad del lector. Dejarse sorprender por la propuesta de Rosero es posible gracias al artefacto literario de la novela. La voz de Eri Salgado es una condición necesaria para la existencia de Toño Ciruelo, un personaje que existe no tanto por sus actos malvados, sino gracias al vínculo trágico que lo une con el narrador o, en últimas, con el lector.
Toño Ciruelo
Evelio Rosero
Random House
2017
P.V.P $45.000
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