
Esta es la leyenda de Cipitío, deidad nacida de la infamia, que salvaguarda a los adúlteros y los amores ilícitos. El tufo que arrastra consigo, atraviesa Tepotzotlán hasta Guatemala.

Fernando Molano ha sido un escritor poco explorado y leído en Colombia. Desde la publicación de su primera novela Un beso de dick y su poemario Todas mis cosas en tus bolsillos hasta hace relativamente poco, Molano ha contado con un público lector restringido, no muy numeroso, pero fiel. Un público que lo sigue, lo discute y lo pregunta incansablemente en las librerías, si bien la respuesta más frecuente que recibe acerca de la disponibilidad de sus libros sea casi siempre “no, no lo tenemos”. Aunque su difusión aumentó cuando la editorial Planeta publicó Vista desde una acera en el año 2012 (la última novela que el autor escribió y sobre la que aún resulta incierto si alcanzó a terminarla antes de su muerte a causa del sida en el 98), Fernando Molano continúa siendo un escritor prácticamente desconocido tanto dentro como fuera del país.
Vista por muchos como una literatura “de culto”, los textos de Molano relatan en su mayoría historias de amor entre hombres jóvenes que se encaran a su deseo mutuo inmersos en la sociedad colombiana. En Un beso de dick se trata del amor de colegio: las primeras experiencias sexuales, las miradas en clase, los encuentros furtivos; en suma, el amor incipiente entre dos adolescentes. En Vista desde una acera se narra la historia de amor de Fernando y Adrián, dos jóvenes universitarios que se ven enfrentados al diagnóstico positivo al VIH de uno de ellos. Así mismo, la temática que más resalta en Todas mis cosas en tus bolsillos también es el amor: la mayoría de poemas están dirigidos a otro hombre que, en varios de ellos, cobra el nombre de Diego, el compañero sentimental del autor.
Yo me pregunto si, quizás, la orientación sexual tanto de Molano como de sus personajes le descuenta posibles lectores en un país donde todo lo que suena a “género” hace vibrar la vena conservadora que tanto nos caracteriza. Me pregunto si la vida misma de Molano y de los hombres que habitan sus novelas siguen siendo entendidas por muchos como la síntesis de algo punible y aberrante, algo que debe ser silenciado o reprimido en virtud de un “bien común”. Y sin embargo, en lugar de enumerar las razones responsables de la aparente invisibilidad de su literatura, son otras las preguntas que considero más pertinentes: ¿por qué debemos leer a Fernando Molano? Más aún, ¿qué esperaba él mismo de sus lectores?
En una entrevista con su profesor David Jiménez Panesso en 1993, Fernando Molano describía sus posturas personales frente a Un beso de dick, ganadora del Premio Nacional de Novela de la Cámara de Comercio de Medellín. Abordando la temática “gay” de la novela, Jiménez Panesso le pregunta a Molano si él percibe parentescos o distancias en su novela con respecto a otras expresiones literarias de “este corte” en la literatura colombiana, como por ejemplo El fuego secreto de Fernando Vallejo, Te quiero mucho poquito nada de Felix Ángel o los poemas de Rául Gómez Jattin. Molano, en su sencilla forma de expresarse, respondió: “Se tiende a pensar que un relato porque hable de un amor homosexual debe fundar un género específico de novela. Yo más bien pienso que existe una tradición de novelas que traten de amor… me parece intrascendente que sea un amor homosexual o heterosexual”. Y agrega más adelante: “Al leerlos sentí algo que no me gustó, y es que eran unas obras en que trataban una especie de ‘militancia’ con lo gay. A mi esa idea me parece estúpida. Nunca he pensado que yo deba militar en una causa a favor de los gays. Simplemente a lo que aspiro es a vivir mi vida. Más nada…” (los énfasis son míos). Pero aún más interesante resulta el final de la entrevista, cuando Jiménez Panesso le pregunta a Molano qué tipo de lectores espera para su novela. El autor concluye diciendo: “Yo aspiraría, desearía un lector que no tuviese prejuicios. Yo me imagino esta novela leída… espero… ojalá… que fuese leída dentro de tres siglos, cuando el amor entre dos personas del mismo sexo no tuviese nada de censurable, supongo que se descubrirían otros valores que aspiro haber dejado en la novela, independientes del asunto gay”.
Yo creo firmemente en que hay otros valores en la literatura de Fernando Molano. Valores que se gestan en las fronteras del deseo sexual, allí donde la palabra “gay” deja de ser aquello que más nos preocupa y abrimos paso a las preguntas fundamentales que sostienen nuestra propia vida y nos permiten, como el autor mismo reclama, vivirla a cabalidad. Si Molano se resistía a que sus historias fueran encasilladas en la categoría “gay”, esto no es debido a que la palabra le sonara incómoda, vergonzosa o estereotipada. Él mismo valoraba los usos políticos del término y se reconocía como gay en un contexto en el que nombrarse como tal era mucho más problemático que hoy en día. Al afirmar esto sobre su propia obra, su voluntad parecía estar en otro lado. Quizás en el deseo por un mundo sin discriminación –que en su etimología es diferenciar, separar–, donde el amor entre dos hombres no fuese interpretado como el caso raro, la excepción que debemos tolerar, sino como una manifestación más del amor y todos sus obstáculos y alegrías. Pero hay una voz crítica que dejamos de lado cuando nos contentamos con esta primera explicación. Quizás Molano está intentando ampliar o incluso oponerse al marco facilista bajo el que usualmente entendemos su obra como parte de una tradición “gay” y, por ende, “diversa” de la literatura colombiana, prescribiendo con antelación a qué tipo de público está dirigida su literatura o qué temáticas predominan en ella.
En Vista desde una acera, la novela más extensa y explícitamente crítica del autor, la voz de Fernando recupera su propia vida y la de su novio Adrián, quien ha sido diagnosticado con sida. Al verse constantemente agredido por la marca de “maricas” y de “maricas con SIDA” que sus familias, compañeros de universidad, médicos y demás actores de la vida social imprimen sobre ellos para menospreciarlos y deshumanizarlos, Fernando se pregunta: “¿Dónde están las malditas instrucciones para portarse uno bien cuando la vida se enreda?” (p. 20). Se trata de una pregunta retórica, pero también de una pregunta que hace recurso a la ética, entendida como la reflexión crítica sobre el comportamiento. Es decir, Fernando se está preguntando: ¿cómo debo comportarme en una situación así?, ¿qué espera de mí alguien en un momento de intenso dolor y vulnerabilidad, alguien que amo?
La pregunta sobre cómo nos comportamos frente al otro surge cuando ya hemos reconocido que, en efecto, existe un otro merecedor de respeto y dignidad. Si simplemente reduzco al otro a una categoría como “gay” y encuentro en ello algo despreciable, entonces hay algo que me enceguece y no me permite vislumbrar a alguien más allá de su deseo, igualmente merecedor de bienestar y preservación. Sin embargo, nos llenamos de nombres para nombrarnos: nombres que algunos defienden y otros combaten, y olvidamos con frecuencia que esas palabras se nos imponen desde afuera y tienen la fuerza suficiente para imprimir una huella imborrable en nosotros, logrando así determinar –al menos en parte– quién seremos y cómo surgiremos frente a los demás a lo largo de nuestra vida.
Más allá o más acá de lo “gay”, en las novelas de Molano se abordan los espacios más inaugurales de la vida a través de un tono engañosamente sencillo y poco pretencioso: la infancia, la escuela, la familia, la universidad, la calle y la cancha de futbol. Es en estos lugares donde lo que dice el profesor de religión, el médico, los padres o los políticos nos habla también sobre el papel que cumplen los demás en la formación de nuestra identidad y nuestro comportamiento. Si bien el motor de la narración tanto en Vista desde una acera como en Un beso de dick es el amor entre dos hombres, en la literatura de Molano el relato de una clase en el colegio, una cena en casa con los padres, una conversación entre dos amigos siempre tienen algo que decirnos sobre las maneras en que nos relacionamos más allá de nuestro deseo sexual, los supuestos que nos condicionan para hacerlo y las duras condiciones que hacen a unas vidas menos merecedoras de amor y respeto que otras. Fernando, el personaje de Vista desde una acera, se encuentra en ese cruce en el que la sexualidad se mezcla con la pobreza y la enfermedad para hacer posible una denuncia de las desigualdades que enfrentan grandes sectores de la población colombiana. La privatización de las universidades, la polarización política (Fernando viaja a conocer las FARC desde adentro), el maltrato infantil, la burocracia de la salud, la violencia intrafamiliar y el desigual trato hacia las mujeres, son algunas de las problemáticas que la novela aborda a partir de una voz infantil que, a medida que aprende más sobre el mundo adulto, se hace menos ingenua y más aguda frente a sus incoherencias.
Como lector de Molano, he aprendido la inquietud de saberse habitante de un país donde reiteradamente se ha actuado a favor de los privilegios de unos cuantos y en detrimento de las necesidades de la mayoría. “Las cosas son como son, y punto: yo lo sé. Pero a mi siempre me ha parecido que podrían ser mejores” (p. 88) dice Fernando, como una resistencia a dejarse satisfacer por los hechos planos y contundentes, sin dejar de reconocerlos como válidos, pero también sin dejar de imaginar mundos posibles donde podamos comportarnos de manera diferente los unos con los otros. Y para lograr esto, Molano sugiere que hay algo en la voz del niño que debe prevalecer en la adultez: quizás la imaginación, la creatividad, pero también el ojo agudo para aprender a inquietarse, a curiosear, a preguntarse qué hay de peligroso detrás del silencio, qué hay del otro lado que no nos han contado todavía: “Bueno, me digo, pero recordándome a mí que ser niño significa un poco jugar a las escondidas con aquellas cosas que los tabúes ocultan, invadir a hurtadillas aquella región resguardada de los niños con puertas vigiladas por inmensos fantasmas de susto; intentar robar los secretos que ocultan, o aprender a leerlos entre líneas en las cosas que dicen los que han visitado ese lugar oscuro del vecindario” (p. 71).
Estamos quizás demasiado acostumbrados a abreviar vidas enteras, literaturas enteras, bajo supuestos de uso común que muchas veces se presentan como fórmulas que dictaminan qué nos puede llegar a interesar y qué no, a quién concierne qué tipo de temas y a quién no. De manera que denominar “gay” a una literatura o a una historia de amor es una forma más de anticiparse a ella, mercadearla o agruparla en una serie de demandas, prejuicios y expectativas que tenemos como lectores. Esto no significa que debamos rechazar estos términos y mermar la lucha por su reivindicación, sino que se trata más bien de un llamado a mantener una distancia crítica frente a ellos, a no convencernos tan fácil de que somos tan distintos, tan específicamente diversos. Como bien el autor lo confirma, la literatura de Molano no milita a favor de los derechos gay y definitivamente no intenta persuadir al lector sobre las bondades de ser homosexual. Se trata más bien de mostrar que lo “gay” no es un fin en sí mismo, sino una excusa más para formularnos preguntas primordiales sobre el amor y el comportamiento, sobre un mundo más justo y las vidas humanas que habitarían con más facilidad en él. Solo entonces Molano no tendría que esperar tres siglos para que su novela fuera leída en otra clave y bajo otros términos, y tampoco nosotros tendríamos que esperar más tiempo para ser sus lectores.
Referencias
Molano, F. (2012). Vista desde una acera. Bogotá, Colombia: Editorial Planeta Colombiana.
Esta es la leyenda de Cipitío, deidad nacida de la infamia, que salvaguarda a los adúlteros y los amores ilícitos. El tufo que arrastra consigo, atraviesa Tepotzotlán hasta Guatemala.
Los autores hablan sobre el proceso creativo y el contenido simbólico de su propuesta, que hace un firme llamado a recordar.
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