
¿A favor de qué y de quiénes ha conspirado El Malpensante y, al mismo tiempo, en contra de qué o de quiénes?

¿Cómo habitan las mariposas las entrelíneas de la literatura colombiana? Algunas, como las de Silva, reposan con sus alas opalinas, clavadas en urnas decimonónicas. Las de Pombo vuelan vagorosas. Otras, las de García Márquez, se pasean amarillas entre el amor que une diferencias infranqueables. Algunas habitan oscuras —chapolas negras— en los estudios archivísticos de Vallejo, o en las novelas de turno de Silva Romero. Incluso, como las de Caputto, revolotean por entre el neón de la vida nocturna. Las últimas, las que aquí interesan, apenas logran romper la crisálida como lo hace Gómez Jattin en su último libro publicado en vida, Esplendor de la mariposa (1995).
El libro contiene dieciséis poemas —todos de muy pocos versos— que fueron escritos en mayo de 1992 cuando el poeta fue internado en el hospital psiquiátrico San Pablo en Cartagena. Frente a la posibilidad de la muerte y en la condición de reclusión y marginalidad que le adjudicaría el mote de “poeta maldito”, los poemas en Esplendor de la mariposa reconstruyen una experiencia del encierro físico y espiritual de la que tan solo se puede encontrar liberación a través de la muerte. Dos imágenes se repiten en el poemario para vislumbrar esta situación: la mariposa que rompe de la crisálida y el pájaro que anida en la jaula.
Pájaro 2
En la clínica mental
vivo un pedazo de mi vida.
Allí me levanto con el sol
y entre tanto escribo
mi dolor y mi angustia
sin angustias ni dolores.
Ataraxia del espíritu
en que mi corazón
como una mariposa brilla
con la luz y se opaca
como un pájaro al darse
cuenta de los barrotes
que lo encierran.
En esta doble imagen del pájaro y la mariposa, jaula y crisálida se ven convertidos en espacios paradójicos en donde, por un lado se habita en represión y, por otro, se vive en una guarida de ataraxia en donde se reposa.
Dios Terrible
El encierro es brutal
sin embargo aquí
me acoje la comodidad
de un pan y un lecho
No tengo nada
de qué quejarme
y aunque lo hubiera
tampoco lo haría
Si no me quejo de tener
un Dios terrible en las entrañas
¿por qué me dolería
de mi encierro?
Este lugar es a su vez un espacio de reclusión y de tranquilidad. Jattin lo nombra “infierno-cielo” (Los visitantes eternos 3). El encierro le atormenta y, sin embargo, también le ofrece el reposo que la crisálida le otorga a la mariposa: anida para volar. En esta crisálida habitan otras figuras, pacientes del hospital psquiátrico que son espejo esperpéntico de su condición, Yadira, que tan solo espera, Pablo, que bebe ron imaginario, y Ángel, el portero al que le falta un ojo.
El escenario del hospital psiquiátrico, tal como señaló Foucault, es un espacio fundamental dentro del proyecto moderno. La modernidad produce subjetividades abyectas, condicionadas a ser marginadas, encerradas y luego rehabilitadas para poder participar en un entorno social civil como sujetos. Este lugar de reclusión oculta a seres del mundo, los pone en la periferia escénica del espacio compartido por los “hombres modernos”. En el caso de Gómez Jattin, su locura y sexualidad —su masculinidad—, lo condicionan a la reclusión. La voz en los poemas de Esplendor de la mariposa queda en un lugar “casi obsceno”, que etimológicamente significa casi fuera de la escena. En el caso de la crisálida de Jattin, este espacio pierde su función reformatoria. La ataraxia que el espacio produce no motiva ninguna reforma en su comportamiento, así como el resultado de su paso por el mismo no conduce a transformarlo en un hombre civil. Por el contrario, el encierro se vuelve una incubadora de su ser transformado en animal, exento de ser “hombre moderno”, convertido en muerte o mariposa.
“¿Quien fuera otro libre pero analfabeto?” se pregunta Jattin más adelante. Su espíritu, su pensamiento, y no su cuerpo, se siente condenado al encierro de la crisálida, que en este caso no es tan solo el recinto que lo rodea, sino incluso la condición física de su ser. “Pensar que estoy aquí / es más doloroso que estarlo”. Prisionero en su cuerpo, su ser, hecho mariposa, anhela la libertad que, por momentos, sólo parece ofrecer la muerte.
Mariposa
Estoy prisionero
en una cárcel de salud
y me encuentro no marchito
Me encuentro alegre
como una mariposa
acabada de nacer
¡Oh, quién fuera hipsipila
que dejó la crisálida!
Vuelo hacia la muerte
En tanto la cárcel se convierte en crisálida, el espíritu de Jattin se transforma en mariposa, imagen de mutación, fragilidad y cambio. La muerte, y no el mundo civil, es lo que espera a la efímera mariposa, así como a Hipsipila la espera el exilio más allá de Lemnos.
Tal como el arquitecto renacentista Carlo Fontana inventó los principios arquitectónicos de la cárcel moderna con su Hospicio San Miguel en Roma, y con ellos asentó una de las piedras angulares de la modernidad, Jattin reinventa la experiencia del encierro en el espacio físico de una jaula crisálida como una respuesta al proyecto moderno. Esplendor de la mariposa no solo responde a una condición de encierro sino que produce su sensación. La crisálida de Jattin deja entonces de ser llanamente una prisión o un lugar de rehabilitación para la continuidad de la vida en el mundo del hombre moderno, y se convierte en un lugar de reposo y mutación, un espacio para mutar en una nueva forma de vida. Esta nueva jaula, más allá de ser un espacio de reclusión, es un lugar de tránsito hacia una vida posterior a la condición humana, coherente con el anhelo panteísta que Jattin describe en su poema “Donde duerme el doble sexo”.
Para terminar, quiero recordar una última mariposa que habita en la literatura colombiana. En uno de los capítulos de la segunda parte de la Vorágine, se cuenta la leyenda indígena de la indiecita Mapiripana. Cuenta que un día un misionero bebedor y lujurioso decide acechar y perseguir a la indiecita, sacerdotisa que habita la profundidad de la selva y que se encarga de encauzar el agua que la irriga. Se pierde con ella en medio de la selva y la indiecita lo captura en su cueva. Lo tortura por un largo tiempo, hasta que de la unión de los dos nacen como mellizos un vampiro y una lechuza. El misionero huye horrorizado de sus creaciones, que se encargan de perseguirlo y atormentarlo por el resto de sus días. Finalmente, arrepentido, el hombre regresa a la indiecita para para pedir perdón y rendirse en oración y penitencia. En su agonía, bate sus manos en el aire, y tras morir, tan solo queda en la cueva una enorme mariposa azul; que, acorde a la leyenda, es la última imagen que ven quienes mueren de fiebre en la selva.
En un giro casi perverso de la leyenda, se podría pensar a Gómez Jattin como el misionero, que en relación promiscua con la naturaleza crea los fantasmas que lo torturan. Jattin, como el misionero, regresa a la naturaleza, no a pedir perdón por el acoso lujurioso, sino a buscar liberación de la persecución que lo acecha, a poder descansar del vampiro que lo desangra y de la lechuza en cuyos ojos se refleja. La cueva en donde el poeta se ve acorralado, se convierte en crisálida en tanto él se transforma en mariposa azul. En este caso, no para asumir un castigo por desdibujar los límites de la naturaleza, sino para buscar una liberación a la división que se le impone. En un giro whitmaneano, panteísta, el poeta no muere; se transfigura en animal para encontrar comunión con el mundo de la natura, de la indiecita y de sus hijos mellizos, el vampiro y la lechuza. La mutación en mariposa, en los dos casos, es una resolución a un problema de abyección que se produce por una relación sexual prohibida —sea por las "leyes místicas de la selva" o por la normatividad heteronormativa y moderna. En el caso del misionero de La vorágine, éste muta en animal para redimirse en el castigo. Por su lado Gómez Jattin escribe desde su crisálida para hacerse parte de la unicidad panteísta que reclama, al liberarse, finalmente, y convertirse en mariposa.
¿A favor de qué y de quiénes ha conspirado El Malpensante y, al mismo tiempo, en contra de qué o de quiénes?
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