
Una presentación del evento que organiza Café Nicanor

No ser devorado es el sentimiento más perfecto.
No ser devorado es el objetivo secreto de toda una vida.
Con este epígrafe de Clarice Lispector, María Ospina Pizano le da inicio a “Policarpa” el primer cuento de Azares del cuerpo (Laguna, 2017), esbozando el eje que va a atravesar todo su libro: la supervivencia de los cuerpos. La cita proviene de “La mujer más pequeña del mundo” (Relatos de familia, 1960), relato de Lispector en el que un explorador francés encuentra a una mujer pigmea de la tribu de los likuoalas. Rendido ante el exotismo de la mujer, hace lo que todos los exploradores perezosos hacen cuando no entienden algo: le da un nombre. “Fue entonces que el explorador, tímidamente, y con una delicadeza de sentimientos de la que su esposa jamás lo juzgaría capaz, dijo:
−Tú eres Pequeña Flor.”
Los seis cuentos de Azares del cuerpo desdibujan el nombre que le dio el explorador a la mujer pigmea. Con diferentes voces y distintos recursos narrativos, el libro de la escritora colombiana está habitado por muchos tipos de mujeres. Están las de cuerpos atléticos que al volver de la guerra terminan atendiendo a sus antiguos rehenes en los supermercados; hay mujeres que pagan a otras mujeres para criar a sus hijas; mujeres que desean los cuerpos de señoritas desde ventanas indiscretas; mujeres cuyo cuerpo es devorado, centímetro a centímetro, por pulgas; mujeres que dedican su vida a recomponer cuerpos de muñecas que replican supuestos cuerpos de niñas; también mujeres cuyo trabajo es extraer, del cuerpo de otras mujeres, hasta el último folículo de pelo.
Cuando la mujer pigmea, desnuda y diminuta, se rasca la ingle, el explorador francés desvía la mirada. Ospina, mientras tanto, contempla y escribe: “Con la mano carnosa y firme Martica agarró la de Mirla y se la apretó contra la ingle.
—Téngasela aquí.
La fuerza con que la manicurista la obligaba a tocarse sus propias partes siempre la sorprendía.
—Ábrame más las piernas, levánteme la derecha contra la pared y tiémpleme más aquí.”
A pesar de ser una de sus grandes influencias, la escritura de Ospina no se parece a la de Lispector. Con una forma aparentemente convencional, una paleta plagada de voces disímiles y psicologías abstractas, el lenguaje en Azares del cuerpo pregunta, escucha, y le da la palabra a una multitud de cuerpos que reclaman su espacio. “¿Qué será de las otras muñecas, de los pedazos de brazos, de los ojos sueltos que no caben en ningún altar?”. En estos seis cuentos el cuerpo responde: depilado, maquillado, mordido, tachado y todavía vivo.
¿Habrá tenido un hogar ese cuerpo? Los personajes de estas historias están en movimiento, vuelven o escapan de Bogotá como animales migratorios, buscan un lugar cálido sobre el cual reposar, buscan no ser devorados por las costumbres de la ciudad. Azares del cuerpo es la reafirmación, no solo del organismo sino de las voces femeninas, voces que abren una brecha en la literatura para alzarse como voces humanas. Narraciones que nos recuerdan el deseo de sanar nuestras heridas tratando, torpemente, de salvar a otros.
No ser devoradas es el objetivo secreto de las figuras de Azares del cuerpo, que demandan un espacio que las libere de ser esa pequeña flor. Además de una escritura hábil y fluida, lo que une a esta colección de cuentos es un margen que se abre para darle un respiro al cuerpo femenino. Relatos que preguntan más de lo que nombran en una escritura que se siente fértil y capaz de contar mil historias más. Al final del relato de Lispector la mujer pigmea es otro ser humano que se rasca la ingle y que ríe ante la gran oscuridad del mundo, que no ha dejado de moverse. Azares del cuerpo relata las pequeñas violencias de los cuerpos desarticulados de las mujeres, y la voz de María Ospina Pizano, como la risa de la mujer pigmea, es certera, sincera y necesaria.
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