
Arriba, en el picacho, están jugando fútbol, bebiendo y mezclando a grandes sorbos amor y muerte.

53
Larga será la empolladura
la formación de los remos
Lenta la aproximación
de las aguas
1. Sobre los pájaros y los jinetes
El poeta recuerda que a los cuatro años fue iniciado en los diálogos motivados por la presencia de la muerte. Siguiendo la señal de una bandera blanca, qué desafío a la oscuridad, llegó con su madre en pleno día a una casa de bareque donde, luego de espabilar los ojos, pudo ver al muerto custodiado por dos señoras que lo preparaban para el camino. Las preguntas del niño y las respuestas de la madre prefiguran la Conversación a oscuras:
“Lo estaban bañando. Entonces pregunté: “¿Por qué lo bañan?”, y la respuesta de mi madre fue: “Porque debe presentarse limpio ante el Señor”. Luego lo secaron, lo vistieron con ropa nueva, y lo acostaron en el ataúd. Una de ellas puso un cabo de vela a su lado, y yo volví a preguntar: “¿Para qué la vela?”, y mi madre dijo: “Porque tiene que pasar regiones oscuras”. Al final hicieron un atado con cintas y lo dejaron en el cajón. “¿Para qué las cintas?”, pregunté. “El muerto debe cruzar abismos”, volvió a responderme ella.” (Caraballo Cordovez, 2015)
¿Por qué el agua? ¿Para qué la luz? ¿Para qué los adornos? Atendamos a la Conversación a oscuras, poemario del caucano Horacio Benavides, publicado en el año 2014 y bellamente preparado por Frailejón Editores.
“Vuélveme la cabeza,
no dormirás tranquilo
mientras no me la devuelvas
Vuélveme después los brazos
entrégame las piernas
o no podrás borrar la sangre de tus manos
Vuélveme las tripas
o tendrás eternamente náuseas
No importa a donde vayas
mi sangre te seguirá sin pausa”
En esta obra, erigida sobre la muerte de Javier Benavides es refutado el principio vil de los perpetradores: al hombre puede silenciársele con la muerte. Sucede que así como acude al viaje, cita impostergable, deja el muerto su voz empotrada en las palabras de urgente cumplimiento. La orden, revestida de la dignidad del reclamo justo, es clara: los miembros esparcidos deben recobrar su unidad, y en ella el espacio que les es propio en el cuerpo. Exigencia nada trivial, si es que tenemos en cuenta a quienes la sustentan con sus vidas: los hombres desarraigados que, cortados de tajo del territorio que les pertenece, van a parar sin vida a la tierra o, con vida, a otras tierras. Ellos deben, pues, recobrar su sitio, y es una cierta vitalidad fantasmal la garantía que abriga su voz imposible de silenciar. A todos aquellos lectores ilustrados que, en este punto, se nieguen llanamente a creer en fantasmas, podemos decir lo siguiente. Para comprender el poemario de Horacio Benavides es necesario acercarse a la experiencia de la muerte sin despojarla del sentido primordial que sobre ella vierte el rito funerario antes mencionado. No osemos embarcarnos en su poesía sin haber preparado de antemano los remos. Como defiende Daniel Hernández a propósito de la poesía de Helí Ramírez, se trata de evitar la aproximación aséptica a la realidad, lo cual no implica librarla del distanciamiento crítico, sino evitar desactivar en ella las redes simbólicas usadas por los hombres para aprehenderla. En esta caridad interpretativa reside la diferencia entre escuchar las voces de las víctimas como un eco absurdo y repetitivo y colegir el mensaje de Benavides, que hace bien en dar a la poesía la capacidad de comandar una petición radical de justicia.
2. Sobre los hombres que pierden
El poeta recuerda también que tiempo antes de presenciar la muerte, de niño, perdió el mundo. A los tres años fue sacado de los jardines de su finca, poblados de cantos de pájaros, para pasar una noche en el pueblo, incapaz de ofrecer al niño la música a la que estaba acostumbrado:
“Ante su ausencia me di cuenta de la importancia que tenían para mí. Fue así como entendí, pasado el tiempo, que perder es necesario para el hombre, y no me refiero a perder en el sentido de la competencia, sino a aceptar el hecho de que las cosas pasan y aparecen otras. Es como si mi madre me hubiera llevado al pueblo a enseñarme: “Para llegar a tener algo, usted tiene que saber perder”. (Caraballo Cordovez, 2015).
Atentos como hemos estado a las voces de los hombres que, aún muertos, permanecen, debemos asomarnos ahora a los mundos perdidos. La poesía de Horacio Benavides intenta renovar en el poema, a partir del sueño y el recuerdo, los mundos perdidos. El vínculo de familiaridad con los animales, los hombres y los parientes es reestablecido en el lenguaje poético. La proximidad rota con el mundo campesino resquebrajado, con los hombres perdidos en la insana maquinaria, con el hermano arrebatado, se vivifica tercamente en el cuerpo del poema. Parece que esto se cumple en toda la poesía de Horacio, y, sin embargo, todavía falta pescar la particularidad de Conversación a oscuras. En este poemario el mundo perdido debe ser rescatado de los escombros de la guerra. Para continuar, quizás podemos preguntarnos ¿qué es saber perder? O, en cambio, ¿qué es saber perder a nuestro hermano?
Por ahora, digamos que los personajes que pueblan Conversación a oscuras no saben perder. Ellos calientan tercamente con sus manos las manos frías de los muertos, pero su terquedad abre la siguiente paradoja: Horacio Benavides, el hombre fuera del poema, aprende a perder a Javier Benavides al escribir un poemario en el que los hombres se niegan a aprender a perder, y por no tener consuelo tienen muertos que andan sin cabeza o sin piernas.
“- ¿CIERTO QUE las que zumban son las abejas
en torno a los caballos que comen caña?
- Sí hijo, son las abejas
- ¿Cierto que uno es el caballo negro
y la otra la potranca alazana?
- Así es, el uno es el caballo de paso de tu padre
y la otra la potranca alazana de tu abuelo
- ¿Cierto que es una mañana de sol
y los caballos cabecean mientras comen?
- Bien dices hijo, los caballos están adormilados
y cabecean por la resolana
(Cómo decirle que no se ve nada
y que las que zumban son las moscas
sobre nuestros cuerpos insepultos)”
Solo ahora participamos de la conversación a oscuras. Siguiendo la paradoja, hallamos dos sentidos: por un lado, la oscuridad enfrentada por el hombre Horacio que conserva sus recuerdos, y al hacerlo aprende a perder a su hermano; por otro lado, la oscuridad enfrentada por el Horacio que, siendo todos los hombres, trasciende la esfera de su historia personal y los límites de su experiencia del conflicto, y al hacerlo dialoga con nuestros desheredados antecesores y desarraigados coterráneos, que difícilmente pueden aprender a perder. Si para llegar a tener algo, usted tiene que saber perder, los que no aprenden no tienen nada. Claro, porque todo les ha sido usurpado. Los hombres que conversan a oscuras en el poema no ven nada, están ofuscados por el zumbido de las moscas, el humo que campea sobre la tierra de la que fueron expulsados dificulta su visión, la manigua cierra sus caminos, han perdido las huellas y, privados del rito funerario, no saben dónde ir. Sin embargo, al instituirse el poemario como un responso terrible destinado a conjurar el atrevimiento asesino, el hombre que escribe y, por lo tanto, el hombre que lee, que es su extensión, aprende, por todos, a perder:
“Yo viví eso con la muerte de mi hermano y sufrí los primeros años pero cuando me puse a escribir, recordando todo lo que pasó, que es una historia muy particular, muy dolorosa, y hasta mágica con cosas que uno no espera, como los sueños, y cuando salí de ahí me sentí aliviado. Es más, como si cualquier tipo de odio se hubiera borrado. No solo viví la muerte de él sino muchas muertes. Me metí en la vida de los otros y lo que padecieron.” (Tibble, 2015)
3. Sobre los gritos ahogados
PAJARILLO de agua entre los muertos
5
Pajarillo de agua
entre los muertos
cuida mis ojos
que van abiertos
La violencia deja huellas en las páginas. Los títulos caen desgajados de los poemas, la paginación se pierde, las primeras palabras de los primeros versos aparecen en letras mayúsculas, pues son gritos ahogados. El signo textual de la voz alzada se frustra parcialmente, dando paso a un clamor mudo, que no es ni la queja de los vivos ni el silencio de los muertos. En este mundo de Conversación a oscuras, donde parece no haber distinciones o jerarquías, los poemas terminan atados entre sí por cintas que, a pesar de ser invisibles, evocan el color del grito, ya sea orgasmo, quejido, clamor o lamento. Pues bien, si a propósito de la muerte del hermano puede decirse con Vallejo “Después, te ocultas tú, y yo no doy contigo”, sobre lo erótico en el poemario puede decirse “Pienso en tu sexo./ Simplificado el corazón, pienso en tu sexo” o, en palabras de Benavides, “Tú que no tienes alma/ sólo cuerpo”. El poema XIII de Trilce nos da la primera clave para comprender la vinculación entre amor y muerte: “Oh, escándalo de miel de los crepúsculos./ Oh, estruendo mudo”. Vueltos recuerdo y sueño por el poema, tanto el reclamo de justicia como las palabras a la amada se vuelven estruendos mudos, gritos ahogados.
Las voces que, imposibles de silenciar, permanecen en el poema, repiten la estructura del amor. “DOS VIDAS tiene el amor/ la una parece cierta/ la otra puro soñar”. En la vida cierta, al hombre le quitan el corazón, que es un norte, una piedra lumbre, y muere. En el sueño, el hombre no los deja en paz hasta que se lo devuelvan. En el puro soñar, la mano se atreve por debajo del sostén. En la vida cierta: “Y despierto/ y no puedo acariciarte/ porque tú estás ausente/ y mi cuerpo también está lejos”. Soñar, recordar: en esos dos verbos consiste la poesía de Horacio Benavides. Sus poemas son cantos, declaraciones o diálogos en los que se sueña y se recuerda. El amor y la muerte tienen una vida que parece cierta, pero esta es solo la mitad. Hace falta la poesía, hace falta el puro soñar.
La segunda clave para comprender la relación entre el amor y la muerte en este poemario la encontramos sumergida en el agua, recurso predilecto del poeta.
“Este arroyo
corre
y se apresura
sabe que
más abajo
tocará a Raquel
Encañonado
en la guadua
saltará sobre ella
acariciará sus senos
besará su ombligo
y su sexo
y querrá quedarse
pero su destino
es correr
Y más abajo
se volverá quebrada
y correrá con más prisa
entre las piedras
Y se volverá río luego
y querrá quedarse
en las piernas de las bañistas
que reirán con sus cosquillas
Y más lejos
bajará lento
como en un sueño
tocará a los muertos
y cargará con ellos”
El arroyo toca a Raquel, más abajo se vuelve quebrada, luego se vuelve río, que toca las piernas a las bañistas y, más abajo, toca a los muertos. Primero el amor. Luego, a medida que el río baja, la muerte. Esta estructura se repite en otro poema: “YO ME zambullía/ en el agua clarísima… Después el río empezó a ponerse turbio… Y después el río empezó a ponerse oscuro/ era un tren cargado de despojos/ era el espejo negro de la muerte”. La Conversación a oscuras funciona simbólicamente como el río. El río salta, acaricia, besa, toca, carga. El río fluye continuamente y es, en las piernas de las bañistas, por ejemplo, un contacto prolongado que transforma y se transforma. Acaricia las piernas, se oscurece, se lleva los muertos. Así también el poemario, que siendo recuerdo y sueño intenta un contacto prolongado con las víctimas y sus gritos ahogados que exigen justicia e integridad; intenta un contacto prolongado con la amante, recordada, perseguida, esperada, vista a través del cristal. Ahora, para terminar, vale la pena preguntarse: ¿a dónde va a parar el río?
“VENDRÁ EL MAR y nos lavará la pena,
tendremos sol y agua templada
y las olas golpearán
nuestras espaldas jóvenes
La noche surgirá con sus dos cielos,
el pescador azul
levantará en el horizonte
su pez de oro
Y apagada la lámpara
oiremos bramar al monstruo oscuro
y sentiremos miedo
y volveremos a ser niños
Y pasado el tiempo
entraremos serenamente
en la noche verdadera
Y tendremos día de nuevo
la espuma besará los pies
y correremos por la playa retozando
con la alegría acezando en nosotros,
y nos echaremos bajo el sol
brillantes y robustos como leones marinos”
Partir del río para comprender la estructura del libro ofrece dos consecuencias fundamentales. Por una parte, nos muestra que la relación entre amor y muerte no se da en un plano horizontal. El amor es originario, está en el nacimiento; la muerte, la violencia que enturbia, viene después. No es, entonces, una casualidad que los poemas eróticos se encuentren en el centro del libro, que sean su núcleo. Por otra parte, se equivocan quienes han señalado el amor, la muerte o la violencia como los temas principales de esta obra. Conversación a oscuras es un libro sobre la redención. El río va a dar al mar, que nos lavará la pena. La oscuridad del zumbido de las moscas será vuelta noche verdadera y “tendremos día de nuevo”. En todo caso, el proceso de redención que señala el poemario implica, por lo menos, tres pasos: justicia (vuélveme la cabeza), duelo (como en un sueño/ tocará a los muertos/ y cargará con ellos) y redención (volveremos a ser niños).
Horacio Benavides sabe, porque como dice Augusto Pinilla, fue “educador de las imposibles algarabías de la infancia” (Pinilla, 2008), que los niños y los poetas conservan una dulce ventaja: tienen fe en lo imposible. A través de la conversación a oscuras, del prolongado contacto con la muerte y el amor, de la transfiguración de la realidad por el sueño y el recuerdo, la obra establece un ámbito donde la fe en lo imposible y la constante presencia del hombre más allá de la muerte (la terquedad de su estar en la tierra, su resistencia al desarraigo) nos acercan a una posible redención o, en otras palabras, al hallazgo de un sentido que permita embalsamar el dolor. No importa si “El terror hacía imposible todo consuelo”, los remos deben ser empollados, para asumir la lenta aproximación de las aguas, para buscar el mar.
“Colombia ha sido un país muy duro en muchos sentidos. Desde la violencia hasta el sufrimiento de la gente a diario en su lucha. Yo creo que es un pueblo particularmente interesante. El arte, la literatura y la poesía no están a la altura de un drama tan grande, pero tal vez es porque aún falta un tiempo para que todo eso que nos ha pasado pueda ser soñado.” (Tibble, 2015)
Referencias
Benavides, H. (2015). Conversación a oscuras. Bogotá: Frailejón editores.
Caraballo Cordovez, J. (23 de 8 de 2015). "El poeta que vino del sur". Obtenido de Revista Arcadia: http://www.revistaarcadia.com/agenda/articulo/el-poeta-que-vino-del-sur/32732
Pinilla, A. (2008). "Una búsqueda de lo blanco". Prólogo del libro "De una montaña a otra". Bogotá: Universidad Nacional de Colombia.
Tibble, C. (23 de 8 de 2015). "Comparto con los niños la fe en lo imposible". Obtenido de Sílaba Editores: http://silaba.com.co/resena/comparto-con-los-ninos-la-fe-en-lo-imposible/
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