Amores que matan: anotaciones a la novela 'La azotea', de Fernanda Frías

Por: Alejandro Ponce De León

Arte por: Luz Lugosi

O pardon the one who knocks for pardon at
Your gate, father -your hound-bitch, daughter, friend.
It was my love that did us both to death.

Electra on Azalea Path, Sylvia Plath.

 

La pregunta “¿Qué es el amor?” ha despertado tanta curiosidad como frustración a lo largo de la historia. Me atrevería a imaginar que todos los seres humanos, de una u otra forma, lo hemos vivido. Amor por la madre, el primer amor, amor por una mascota o por un juguete de la infancia. El Amor. Pareciera ser un motor espiritual que da sentido a la vida, y que gracias a sus múltiples manifestaciones, escapa de cualquier acto de racionalización. No en vano muchas filosofías de vida lo plantean como el mismísimo vaso comunicante que mantiene en armonía el cosmos: “amaos los unos a los otros”.

Pero, ¿por qué este sentimiento puede a veces guiarnos hacia la (auto)destrucción? Esta es una inquietud que Fernanda Trías (Montevideo, 1976) examina a través de La azotea, feroz relato en donde el ocultamiento paranoico de una relación que a simple vista puede revelarse como enfermiza, nos señala cómo aquella capacidad que tiene el amor de construir sus propios horizontes de sentido, puede conducir a sus partícipes hasta los extramuros de la cordura. Seleccionado entre los mejores libros del año por el suplemento El País Cultural, además de obtener el tercer premio en la categoría Narrativa Édita del Premio Nacional de Literatura de Uruguay (2002), La azotea es una obra que, desde la contundencia estructural del cuento corto al servicio de un nutrido universo emocional, recuerda la potencia propia a la literatura de habitar los intersticios que incomodan al lector, para desde allí, formular sugestivas reflexiones que estremezcan los cimientos mismos de nuestra sociedad.

Para cumplir a cabalidad con este cometido, la novela inicia y concluye en un mismo instante narrativo, dándonos a conocer desde su primer apartado tanto el hilo argumentativo como los personajes que configuran ésta historia: Clara, su padre y su hija, Flor; una familia que se atrinchera por cuatro años en un pequeño apartamento, totalmente aislados de la realidad. Las puertas del domicilio están cerradas con llave; las ventanas tapiadas, con candados y postigos. Si atendemos con cuidado, de seguro podremos escuchar cómo los susurros retumban en este aire inmóvil. El único nexo con lo que ocurre afuera se personifica en Carmen, una vecina quien por algún dinero se encarga de los múltiples menesteres de la familia, y que como tal es símbolo de amenaza; una termita que devora este ruinoso hogar.

“El mundo es malo. Las calles son peligrosas y no se puede confiar en la gente. Así le fue a Julia. Por eso quise proteger a papá, aunque él nunca lo haya entendido” (pg. 50). Primero fue la feria, luego el banco, después la vereda. A medida que el relato progresa, sentimos cómo el miedo se apodera de Clara y la obliga a retraerse y cortar todos los lazos con el afuera, pasando por los servicios de agua y luz, hasta llegar a la vida misma, pues lo único que parece importarle a la protagonista es el bienestar de su padre, su primer y verdadero amor. Sin duda esta es una situación ante la cual se exige al lector con el rompimiento de la sensatez, que al ser narrada desde la primera persona, le ha posibilitado a Trías edificar una sutil pero refinada exploración a las lógicas amorosas que sostienen una relación emocional perturbadora.

Y es precisamente en esa naturalidad de lo indebido, cuando la belleza del amor se torna patológica, en donde reside la potencia argumentativa de la obra pues al articular la fantasía incestuosa con el relato romántico, la voz de Clara interpela emocionalmente a los lectores y los intranquiliza. Sin duda esta es una estrategia muy arriesgada de la cual Trías logra salir triunfante, y que le posibilita señalar que si bien –en voz de su protagonista– “todas las cosas tienen un eje que las mantiene en pie” (Pg. 127), aquello que sostiene nuestras vidas no siempre es lo indicado; es más, algunas veces deberíamos salir corriendo para nunca regresar.

El cuidadoso uso del lenguaje es un acierto que ocupa un lugar fundamental en esta exploración. Debido a la fuerte vocación introspectiva de la obra, Trías plantea su argumento a partir de una serie de imágenes sólidas, las cuales, desde una fina economía del lenguaje, desenmascaran sus preocupaciones conceptuales en el gota a gota. La influencia de Kafka y Mario Levrero se hacen sentir en este registro, pues cada palabra realmente pesa a la hora de explorar el motor cotidiano de Clara. Entre el ir y el venir, se señalan incansablemente las grietas y las luces que por ellas se escapan, y ante este ritmo fluido solo podemos optar por ser pacientes y esperar. Regresar. Recordar. Comprender. Resignificar. Además, la estructura esférica de la novela hace que cada apartado actúe como una agregación de gradaciones y matices, revelando en pequeñas dosis de cuatro a seis páginas aquel collage que configura el pensamiento de su protagonista, sus motivos, circunstancias y reflexiones.

La azotea es más que una novela sobre el amor; es una exploración hacia sus absurdos. Gracias a la editorial Laguna Libros, este imperdible en la literatura latinoamericana –y probablemente un pequeño clásico de nuestra tradición continental– ha llegado al público colombiano en su tercera edición, la cual, cuenta además con un juicioso ejercicio de revisión que solidifica su andamiaje respecto a sus anteriores publicaciones. A pesar de su pequeño formato –136 páginas–, Trías plantea un ambicioso proyecto literario que más que clausurar, abre interrogaciones a los laberintos emocionales en que vivimos, y nos hace inquirir en “¿Qué es el amor?”. Allí lo perturbador.

Año: 2015
Autor: Fernanda Trías
Editroial: Laguna libros
Colección: Laguna Continental
I.S.B.N: 978-958-8812-39-7
P.V.P $32.000