Otras perspectivas. Reseña de Tríptico de la infamia

Por: Daniel Coral

Arte por: Archivo Sombralarga

Tríptico de la infamia es la última novela del escritor Pablo Montoya, obra que le mereció el premio Rómulo Gallegos (2015) y una fama ajena al narrador colombiano. La novela nos invita a descubrir la vida de tres artistas: Jacques Le Moyne, cartógrafo y pintor de Diepa; François Dubois, pintor de Amiens; y Théodore de Bry, grabador de Lieja, durante la guerra de religiones en Europa y la colonización de América. La consternación causada por la violencia ejercida en contra de los nativos del Nuevo continente, así como en contra de los protestantes franceses, es el vínculo que une a estos personajes, grandes testigos e intérpretes del oprobio y de la crueldad humana.

La prosa de Montoya, caracterizada por su cuidado y su cualidad poética, sumerge al lector en una ficción histórica de la Europa renacentista del siglo XVI y de las primeras colonias francesas en el Nuevo Mundo. Contrariamente a lo que se podría imaginar, su relato no atañe directamente a la perspectiva de los grandes conquistadores (los victimarios) ni a la de los nativos (las víctimas por excelencia), sino a la de tres artistas “menores”, cuya visión de la historia se caracteriza, en términos generales, por su distancia, aquella distancia de la que un pintor requiere para acabar su lienzo. Por esta razón, la ignominia es retratada por tres narradores distintos y en tres partes, cada una de ellas dedicada a la vida de uno de los artistas.

Esta visión periférica no deja de sorprender al lector de las recientes novelas colombianas. Justamente, la elección de estos personajes, europeos y protestantes, desorienta a un lector acostumbrado a una serie de obras literarias relacionadas con el problema de la violencia en Colombia o en su territorio. Este rasgo, uno de los más sobresalientes, nos invita a hacernos una serie de reflexiones concernientes a la memoria y a la literatura. Pues, ¿qué puede significar una literatura que va más allá de sus límites nacionales para testimoniar otras manifestaciones de la violencia, incluso aquellas sufridas por los que han sido considerados, sin importar su historia particular, como los favorecidos por los desmanes de la conquista de América? En el fondo, los relatos de Le Moyne, Dubois y de Bry nos sugieren que en la historia no es posible separar a las víctimas de los victimarios por una frontera nítida, sea ella religiosa, cultural o geográfica, y que, por ello, la exhumación de la memoria debe servirnos para reconstruir la totalidad de un pasado fragmentario, y no solo algunas de sus partes. No obstante, sería un error de mi parte concluir que la recuperación de esta memoria —el afán del narrador de la última parte del Tríptico— es un fin, a su vez, diáfano o loable, puesto que, como lo recuerda uno de sus personajes:

[…] todo intento de reproducir lo pasado está de antemano condenado al fracaso porque solo nos encargamos de plasmar vestigios, de iluminar sombras, de armar pedazos de vidas y muertes que ya fueron y cuya esencia es inasible. La belleza, y siempre he sido tras ella, así sea terrible y asquerosa, así sea nefasta y condenable, así sea desmoralizadora y desvergonzada, no es más que un conjunto de fragmentos dispersos en telas, en letras, en piedras, en sonidos que tratamos de configurar en vano.

Como podría ser fácil de deducir, la obra de Pablo Montoya es de obligatoria lectura para aquellos que quieran contemplar un panorama de la novela colombiana que se vuelve más amplio, con perspectivas y motivos inesperados para los incautos lectores como yo. De igual manera, las descripciones poéticas de los grabados, pinturas y acuarelas, como las reflexiones de una gran lucidez intelectual, refuerzan la idea de que Tríptico de la infamia se trata de una obra de excelente calidad artística.

Publicación: agosto 2014
Editorial: Penguin Random House
Formato: 22 X 14 cm
Páginas: 305
P.V.P: $ 49.000