
Las explosiones fueron una ciudad entre otras y, como siempre, todo ardió, pero esta vez fue un tigre lo que quedó después del fuego.

Nunca nos presentaron formalmente.
Comenzamos a hablar sobre albañilería
y pronto ya sabíamos del otro
a qué fortuito rumbo adjudicarle
estar ahora aquí, tan lejos ambos
de nuestro respectivo punto de partida.
Cada tanto me llama por algún trabajo
o llega hasta mi puerta para intercambiar una herramienta.
Ahí te busca Santiago, me avisan.
México, ¿cómo va?, me dice.
No es que se olvide de mi nombre o no lo sepa;
sabe muy bien cómo me llamo.
Solo decidió llamarme así: México.
En segunda y tercera persona, México.
Porque aun con los demás, cuando me nombra
lo hace de esa manera, dándome el nombre del país entero,
de toda esa reunión de tierra y agua y poblaciones,
de todos esos Méxicos tras la palabra México,
de todas las personas que han nacido en él
y han muerto en él, y viven ahora mismo en él,
gozando y padeciendo sus rituales y sus crisis,
brillando y deformándose con él,
ignorantes de uno que aquí, que no conocen,
es en sí mismo lo que todos ellos son allá.
Mi voz debe sonar a sus volcanes, a sus playas,
ciudades y caminos, plantas, carreteras.
Si Santiago me pregunta cualquier cosa,
no me pregunta a mí realmente, sino a México.
Y debo ser México a pesar de sus fronteras,
del tiempo fuera de él y la distancia.
Y soy Chapultepec y Veracruz,
San Luis y Monte Albán, Zihuatanejo y Guanajuato.
Soy Tepito y Querétaro, Texcoco y Villahermosa,
Soy el Día de Muertos y la Guelaguetza,
Las Mañanitas y La Puerta Negra, La Bamba y La Llorona,
Soy el Himno Nacional y el Huapango de Moncayo.
Soy el mezcal y el chocolate, el mole, las tortillas.
Soy José Alfredo y Sor Juana, Cantinflas y Tin Tan.
Yo soy Nezahualcóyotl y Siqueiros,
Lizalde y Juan Gabriel, Hidalgo y Juárez.
Soy técnico y rudo, chiva y crema,
chilango y oaxaqueño, purépecha y jarocho,
Virgen de Guadalupe y Frida Kahlo,
obsidiana y acero, águila y sol.
Un día, no sé cuándo, volveré
y no seré yo, sino México volviendo a México.
Antes, Santiago, varias veces más,
me encontrará de pronto por la calle
y gritará desde los lejos ¡México!
para que me detenga y lo salude...
Santiago,
es decir, Ricardo,
de Santiago del Estero.
Las explosiones fueron una ciudad entre otras y, como siempre, todo ardió, pero esta vez fue un tigre lo que quedó después del fuego.
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