
Sobre cómo la poesía es hogaño empleada para mantener a flote a los náufragos.

“Un pueblo que huele a miel derramada…”
Juan Rulfo
Es inevitable no pasar la lengua sobre tanta miel derramada,
degustar la sangre, el perdón y el olor de todos los pecados,
cuántas veces me he visto caer arrepentido sobre una tierra vacía
buscando entre las piedras que me azotan la respuesta
un camino menos doloroso;
pero la arena penetrante de los poros
me hace vulnerable a tanto viento sin dueño,
y sonrío con la sonrisa de mi madre como invisible cicatriz pasajera,
y viene una mano llena de dolor a tomarme de costado
a darle ánimo a mi estómago vacío, a mi visión partida;
cómo negarme entonces a tanta caridad prestada,
cómo decir que no sin voltear la cara para no caer en la carcajada,
cómo aparentar estar bien entre tanta miel derramada
con su viscosidad valiente
que se pega como estas letras entre los dientes,
y decir en una frase que es mejor estar así, muerto en el desierto
que en una ciudad preñada de farsantes y ratas elocuentes
que se pasean por las casas haciendo uso de sus sabias mañas,
preparando el ataque, haciendo nidos para la ruina y sus alcances,
evitando la alarma de los poetas y los héroes que abandonaron el planeta,
masticando en silencio tras las neveras abiertas
los restos del naufragio y el crepúsculo austero de los viajeros,
cuando en ese frío dulce de la muerte y los ataúdes vacíos
comprende la memoria nuestra amistad con las fracturas,
repletos de miedo, repitiendo las alabanzas frente a las escuelas
donde nos enseñaron a pedir el pan de la forma más sagrada,
pero no nos dieron las semillas ni la tierra, solo un cuarto pasajero
en el mismo cementerio donde se olvidan todos los poemas.
Sobre cómo la poesía es hogaño empleada para mantener a flote a los náufragos.
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