
Un intento de mostrar que el tigre o, en este caso, el discurso histórico, nunca es como lo pintan.

En 1962 se anunciaba en la prensa colombiana que la poeta bogotana Emilia Ayarza (1919 – 1966) había sido merecedora de un premio de poesía, otorgado por la Universidad de Puebla, por su poema “Ambrosio Maíz, campesino de América India”. Este poema fue publicado en forma de plaquette por primera vez en 1963 y, posteriormente, haría parte del libro El universo es la patria; uno de los últimos libros de la autora y quizá uno de los más potentes en la historia de la poesía colombiana, aunque ignorado por el canon literario.
Tras un año y medio de trabajo, en un equipo conformado por Daniel Montoya, Jenny Bernal, Juan Afanador y Santiago Ospina, nos dimos a la tarea de revisar a detalle todos los libros de Ayarza. Con este insumo pensamos una publicación en la que no sólo presentáramos una valiosa selección de poemas de cada uno de los libros publicados por Ayarza, sino que sumáramos notas críticas que leyeran los poemas de la escritora bajo el filtro de la época actual. El libro se publicó en el año 2020, gracias al apoyo de la editorial Magisterio, con el nombre de Emilia Ayarza. Antología.
La búsqueda de los libros de la escritora no fue nada fácil, por lo general sus publicaciones son de difícil acceso al público. Aun así, después de una pesquisa atenta por distintas redes de bibliotecas públicas y universitarias, encontramos tres de los cuatro libros a los que se tiene acceso actualmente, lo cual nos ratificaba la importancia de seguir editando a la poeta y de sumarnos a las iniciativas que han surgido por parte de distintas personas interesadas en mantener vivo su legado. Prontos a cerrar el proyecto teníamos conocimiento del poema “Ambrosio Maíz, campesino de América India” y no descansaríamos hasta encontrarlo. Después de una larga búsqueda hallamos el poema en el libro El universo es la patria, disponible en la biblioteca de la Casa de Poesía Silva. Este poema, entre otras cosas, nos llevó a descubrir por completo uno de los libros más interesantes de la autora.
Con el tiempo comprendo que las poetas en Colombia son un constante redescubrir, desafortunadamente muchas de ellas pasaron de largo por los ojos incisivos y patriarcales de la crítica poética. Emilia Ayarza es una autora de la que día a día aprendo, no sólo a través de su poesía, también está su prosa, sus breves obras de teatro, cuentos y notas periodísticas publicadas en la prensa de mediados del siglo XX. La búsqueda continúa, así como el asombro por el trabajo literario de Ayarza. La poeta me invita a través de su vida y obra a comprender la historia de la poesía colombiana, también a rastrear el papel de las escritoras en fuentes de información alternativas a los libros oficiales de crítica literaria y los programas de literatura de algunas universidades y colegios.
Con el afecto de una lectora, les presento para este medio digital el poema completo de “Ambrosio Maíz, campesino de América India”; una apuesta política y celebratoria de la diversidad y la riqueza latinoamericana.
Ambrosio Maíz, campesino de América India
El mundo escucha crecer al mediodía
esta definitiva tribu indoamericana.
Ambrosio Maíz
es un océano de pies desorbitados
una larga cordillera de miembros vegetales
una red arterial de clorofila
un viaducto de espacios
una escuadra de huesos naturales
un sesgo de miradas entre el llanto
una huerta de herramientas verdes.
Ambrosio Maíz se palpa con la mano la naturaleza
se sabe estricto de café
ampuloso de aceite y minerales
delineado de ríos
pespunteaba su piel de ajonjolí
registrados con puntas de diamante su cerebro y su pubis
y desnudo
entre colores de hidrógeno y cobalto
perteneciendo por sí solo -en árbol, manantial estrella-
totalmente de lleno a los paisajes.
En América Latina las hendijas se tapan con cosechas
Las grietas se remiendan con harina.
El techo se sostiene con el aroma
de las gigantescas axilas de los trópicos.
Hay animales cuyo testamento
se publica en el oro de las peleterías.
La tierra se entera del labriego
y le cuelga una serie de hortalizas en el sueño…
Las minas como antiguas cortesanas
se ofrecen morbosas a los caminantes.
Los ríos preguntan por la sed.
Se detiene el sol entre los surcos
para registrar la llama en las raíces.
Los jacales, los cerdos, las orquídeas
viajan en avión y le procuran
un paisaje indio a las estrellas.
Todo lo blanco,
el algodón, la leche, el hielo, la sal, los palomares,
parten por nuestra raza hacia los negros
para instalar puertos de azúcar en su piel.
Las legumbres solicitan empleo en la salud.
Hay verdes, azules, solferinas,
autorizando acuarelas de amor en los mercados.
Y submarinos cuyos mástiles de aceite
taladran la dulzura de la tierra
En América India
los cadáveres viajan en trineos de savia.
El estiércol se asoma por las amapolas
los niños regresan del futuro
las fronteras tienen la distancia de los brazos
los muertos cohabitan en la noche
para amanecer como padres de familia
y el silencio de sus habitaciones
entre un ambiente de púberes fragancias
¡celebran nudos de fruta, las raíces!
Pero hay también un sordo rumor entrecortado…
una serie de lágrimas obreras
un mundo de arrugas en la piel del agua
una vergüenza de embargo
de hija negociada
de amanecer estupefacto con la lengua y los ojos de secante
y un búfalo
un puñal y un velo espeso
de bruces señalando la conciencia
cuando miramos de frente las pupilas
de Ambrosio Maíz
y no podemos explicarle cuándo, cómo, ni dónde
está su patria entera
su América India en Español.
Porque Ambrosio
no es Jimy, ni Curro, ni Alejandrovich.
Es sencillamente Ambrosio Maíz
Ambrosio con el mundo latino en propiedad.
Ambrosio que no permite que sus sueños
paguen aduana en el párpado extranjero.
Nuestro hermano Ambrosio el chibcha,
el totonaca, el inca, el guaraní,
el que no sabe decir merci, tankechen ni thanks
el que no concibe la dulzura de las remolachas
llenándose de rubor entre las latas…
sencillamente Ambrosio Maíz
el de la triangular península en los ojos
¡cuyo telúrico sudor tiene la misma dimensión del mar!
Cada uva de amor bajo su piel
le atraviesa el corazón al vino.
Cada poro se le esponja de azadones.
Cada callo se le extiende bocarriba.
Cada tractor le dibuja una ruana sobre el hombro.
Cada escuela le construye un alfabeto de infinitos sueños.
Cada huarache le borra las huellas al veneno
¡cada sonrisa suya parte en la mitad de un coco!
Ambrosio Maíz sin colchón de pluma.
Ambrosio sin más socios en su club del parque,
que la flor, el guijarro y la fontana.
Sin más calefacción que el cinturón de espasmos
con que su amada le regala un hijo año tras año.
Ambrosio sin dioses inventados
sin misterios que no entiende
sin jaculatorias
sin indulgencias compradas
sin ese paquidermo de sífilis que cubre
el gelatinoso cuerpo de las castas.
Ambrosio Maíz
sin vomitar ancas de rana
sin injertos de mink
sin importados sudores de lavanda.
Ambrosio Maíz sin serpentinas de lumbre en la cabeza
adquiridas con Scotch, con Vodka o con Jerez.
Sencillamente Ambrosio
con un gran jarro de agua entre las manos
moreno y rubicundo
Ambrosio Maíz pata-rajada
corazón de nuez
pecho de almendra
lágrimas al borde de los ojos
y una casa pequeña en el terruño
donde crece la patria en la ternura
¡como una cosecha en el nivel del viento!
Hay que tocarnos bien para saber
que llevamos adentro una palabra
que despliega sus tentáculos de acero.
Es una palabra en los ciclones
en el vital ascenso de los muertos
en la torre del mundo
y colgando de las azoteas de los mares Atlántico y Pacífico
donde igual que un velero universal
pone a secar sus sábanas al sol.
Es una tremenda palabra sobre el cosmos
es una palabra que clama el huracán
cuando orquesta sus clara sinfonías
y el maíz aborigen se reparte
en una danza de trigo americano
cien millones muy trigo en su trigal.
Es necesario que los niños se enteren
que los ancianos aprisionen el tiempo que les queda
que los árboles antárticos sepan de su lengua
que las madres envíen mensajes de saliva dulce hasta sus vientres
y que todos abramos con amor de molino nuestros brazos
antes de que una sombra de espejos invertidos
dibuje en el espacio el semen de la muerte.
Es necesario que el arado,
la tinta de las frutas,
los cóndores, las ranas lacrimosas
y ¡todo, absolutamente todo!
ahonde la raíz del Universo
y reparta volúmenes de polen fraternal
sobre el techo general de nuestra tribu.
No se puede morir impunemente
porque un solo hombre le ordene al Amazonas
que no solloce impotente en la manigua
¡cuando se le ha puesto de sangre hasta la espuma!
No se puede morir impunemente
porque un sexo militar decide
violar en la penumbra de la selva
los cálidos flancos del Caribe.
No se puede morir impunemente
cuando el tamaño del pie es un latifundio.
Cuando le tiñen el pelo a los petróleos
cuando lloran los braseros su llanto en otro idioma
cuando desnuda, diáfana, casta, inmaculada,
se fuga la materia prima
para luego nauseabunda regresar…
Cuando se compra barata la melancolía
que nace en la epidermis de los esquimales
y termina en el reflejo de la Patagonia.
Cuando este aspecto de pajes inclinados
se debe –tristemente- a las arrobas de una deuda
que será larga… larga… inmensamente larga
¡como desde ahora hasta mi muerte!
No. No podemos morir, no. Cuando las cosas
tienen un nombre nuevo como uranio, como gas, como salitre.
Cuando el espacio es tan cerca como el sexto mandamiento
cuando decir patria es decir árbol y entender árbol
cuando este amanecer bajo un cielo latino y cotidiano
es este iniciar nuestra estación de amor
entre los besos de la boca abierta
de los Estados Unidos de América Latina.
Aquí no ha sonado la hora de la muerte.
Aquí nadie se ahoga entre un asfixiante océano de chicle,
ni la poliomielitis invade la piel de los mestizos
como una enredadera de polvo que descuelga
su cuerpo de estáticas raíces.
No queremos reír como las focas
que tienen la nostalgia de los niños bobos…
No queremos acusar un borrego entre la sangre
cuando las águilas nos trazan las arterias.
No queremos cambiar
los encajes que el cedro y la caoba
le bordan a la espesa memoria de la selva.
No queremos nada.
No nos gusta nada.
¡No necesitamos nada!
¡Porque estamos anchos de amor como embarazo!
¡Porque estamos camaradas de sal como los peces!
¡Porque nos están saliendo ramas del pelo y de las uñas!
Porque tenemos el ombligo de sol
y por qué cuando decimos –patria– en Español
se dobla como un arco de flecha la palabra
y nos cubre de amor desde México hasta Buenos Aires
y desde la Habana hasta Santiago.
Escuche el mundo la voz de esta tribu indoamericana:
Nuestros hombres quieren simplificar sus glándulas de odio.
Colombia -lisa de llanto- como un guijarro en la mitad del mapa,
solicita desde sus muertos una medalla para sus gusanos.
Guatemala pregunta si el copaiba
puede continuar poblando de raíces
la profundidad del Tajamulco.
México pinta un mural intercenit
en toda la pared del continente
Cuba acaba de abrir en las Antillas
una escuela mundial donde los hombres
aprenden a contar en los ábacos de la tempestad…
A Puerto Rico le está pesando su nombre
y Bolivia doblega su estatura de sed sobre el Guapay…
En nuestro continente el tiempo resucita.
Los hombres tienen siete sentidos de horizonte.
Las mujeres ya no lloramos delante de las ratas.
Los cuarteles han comenzado a aromar como las granjas
mientras los soldados adquieren dulzura de hortelanos…
Las flores ordenan su color.
Los pájaros vienen de las melodías.
Y el crepúsculo -en la quietud de la campiña-
se acuesta con las vacas
¡para dar lecciones de amor a las semillas!
Escuche el mundo la voz de esta tribu de Amerindia:
queremos unirnos
confundirnos,
repartirnos,
asirnos,
querernos,
besarnos,
apretarnos,
fornicarnos,
estrecharnos.
Queremos gritar con gritos en la misma lengua
que no tenemos más dios que la montaña y el relámpago.
Más dios que el centímetro que crece la hierba en los potreros.
Más dios que un pan sobre el mantel de Ambrosio.
Más dios que una fraternal patria indoamericana
y más dios, por sobre todas las cosas de la tierra,
que una elemental… insignificante… mínima…
¡hormiga de paz en nuestra piel!
Y que fuera de esto
no queremos nada.
No nos gusta nada.
¡No necesitamos nada!
Si lo dudáis, hermanos,
preguntádselo a Ambrosio Maíz,
¡a la vuelta de cualquier camino…!
Las dos ilustraciones que acompañan esta selección poética hacen parte del proyecto "Relatos en la memoria de piel".
Un intento de mostrar que el tigre o, en este caso, el discurso histórico, nunca es como lo pintan.
Enigmático, como muchos de los poemas del autor antioqueño. Nunca la muerte había sido sido recibida con tanta hospitalidad.
Antes de traducir Bartleby, el escribiente, esa pequeña joya misteriosa e inquietante...
Crónica que cuenta de la visita de un grupo de escritores a un admirado muerto.
¿Cómo habitan las mariposas las entrelíneas de la literatura colombiana?
Selección de poemas del poeta y librero Guillermo Martínez.