La primera vez que la novela de Segrov llegó a mis manos, llamó mi atención por su título. Como me llegó en un archivo al correo electrónico, no fui consciente de la cantidad desmesurada de páginas que al final tendría (548). Lo primero que hice fue pensar cómo alguien podría anatomizar el abismo. Las primeras páginas me afectaron desfavorablemente, infinidad de historias convulsas se entramaban como si sucedieran en una cueva repleta de arañas; sentía que no había posibilidad de sencillez, de naturalidad, de un fluir ameno en esta novela y, por razones que hasta el final de sus páginas pude entender, decidí meterme en la cueva y caer en cada telaraña con la incomodidad que eso conlleva.

Al entrar en la cueva supe que había un descenso imposible de eludir: ¡diablos!, me dije, acabo de entrar al abismo. Voces, rostros, situaciones, movimientos, extrañeza y algo de familiaridad, recorría mi cuerpo. Supuse al principio que iría descendiendo poco a poco, como Dante y Virgilio, pero no, Segrov había construido un pequeño aeropuerto para que todos sus lectores se subieran a “un contenedor cilíndrico que se sostiene a treinta y dos mil pies de altura”. Lo que no advierte es que esa es la profundidad del abismo y en adelante ese aparato, con cada lector adentro, se irá en picada hasta estrellarse contra el suelo.

Bueno, soy un sobreviviente de semejante vertiginoso viaje. Y debo darle la razón a Segrov; mi voluntad estuvo en suspenso durante el viaje y solo después del estrellón me pude liberar. Mi liberación llegó en la página 151, que inicia así: “Ahora, la historia de Amor. Robertito, quiero que pienses en La bailarina de Mori Ōgai, pero al revés…” Si La bailarina fue un intento de “adecuar el lenguaje escrito al lenguaje hablado”, como lo dice Fernando Cordobés en la “Introducción” de la versión de Impedimenta, Anatomía del abismo es un intento por conectar la vida, en sus formas más simples y enrevesadas, con la literatura concebida como un estilo de vida que no solo es hablar y escribir, sino ser en su sentido más profundo.

Anatomizar al abismo se revelaba mientras leía como un intento fallido, como todos los intentos que valen la pena, por delinear esa conexión caótica entre lo que es y lo que parece, lo que en la novela de Segrov, me atrevo a decir, son lo mismo. Quizá eso me llevó a aceptar, aunque todavía con un poco de sospecha, la utilización del artículo determinado ‘el’, en lugar del artículo indeterminado ‘un’. ¿Puede existir algo así como el abismo? O, ¿lo que existe realmente es un abismo o muchos que se abren cada vez que la literatura arroba la vida de una persona? Sea la respuesta que sea, la novela de Segrov es eso: un abismo que se ensancha y se angosta con cada frase que el lector devora, porque a esta obra no se le puede entrar desprevenido. Quizá a ustedes, los próximos lectores, les venga bien un cuchillo entre los dientes antes de abordar la primera página.


Anatomía del abismo
Roberto Segrov
Editorial Man in the Box
Año de publicación: 2020
Número de páginas: 548