
Dossier de José Asunción Silva

Conmemoramos al poeta errante, delirante, el bardo colombiano de los mil amores. El poeta de la Canción de la vida profunda nacía un 29 de julio pero de 1883. En esta intempestiva seleccionamos algunos poemas como un acto de agradecimiento.
Acto de agradecimiento
Sólo hay un bien preciso: poseer cabalmente,
por sobre todo engaño, nuestra sabiduría;
y, como el agua clara rebósase en la alberca,
dejar que el alma llenen el valle, el monte, el día.
Yo he cruzado la senda que decora la grama
y sombrean los árboles ancianos y robustos,
en donde el viento libre sus músicas derrama,
de severos compases magníficos y augustos.
Y he visto ya las hierbas olorosas,
de florecer sencillo, que visten las campañas;
y espartos de los brutos, convólvulos, llantenes,
jaramagos de abril, y áloes y espadañas...
Y he visto ya las mieses abundantes,
orgullo del labriego, bajo la luz de octubre;
y el ópalo de mil estrellas rutilantes,
y el azul insondado del cielo que nos cubre.
Y la sangre que brota de alguna herida abierta
bárbaramente... ¡oh dolor!, ¡oh pavor!
Y azoradas mujeres que entornando la puerta
rendíanse a la dulce zozobra del amor.
Y he visto ya los niños fraternales
jugar del campo en el sopor profundo,
en armoniosas luchas irreales;
y, del tiempo en los giros limitados,
crecer… amar… y renovar el mundo.
Y he visto el mar, que todo lo compendia;
y más allá del mar la génesis del día:
¡de modo que poseo justamente
la riqueza inefable de mi sabiduría!
Si un rayo de los cielos viene a cegar mis ojos,
dejándolos en sombra de repente,
¿qué ha de impetrar mi alma enajenada?
Fuera de esta visión que llevo ya conmigo,
¡oh amor!, ¡no busco nada!
¡oh ardor!, ¡no quiero nada!
≈ ≈
Espíritu errante
Espíritu errante, sin fuerzas, incierto,
que trémulo escuchas la noche callada:
inquiere en los himnos que fluyen del huerto,
de todas las cosas la esencia sagrada.
Ni marques la ruta ni cuentes las horas:
¿Acaso el misterio culmina
en las graves montañas sonoras
que nutren el roble y la encina?
Quizás en el fondo de oscuros arcanos
tú vives de ciencia, de luz y de gloria,
y a mundos externos las manos divinas
entreabren la reja ilusoria...
¿Quién sabe en la noche que incuba las formas
de adusto silencio cubiertas,
qué brazo nos mueve, qué estrella nos guía?
¡Oh sed insaciable del alma que busca las normas!
¿Seremos tan sólo ventanas abiertas
el hombre, los lirios, el valle y el día?
Espíritu errante, sin fuerzas, incierto,
que trémulo escuchas la noche callada:
inquiere en los himnos que fluyen del huerto
de todas las cosas la esencia sagrada.
≈ ≈
Lamentación baldía
Mi mal es ir a tientas con alma enardecida
ciego sin lazarillo bajo el azul de enero;
mi pena, estar a solas errante en el sendero,
y el peor de mis daños, no comprender la vida.
Mi mal es ir a ciegas, a solas con mi historia,
hallarme aquí sintiendo la luz que me tortura,
y que este corazón es brasa transitoria
que arde en la noche pura.
Y venir sin saberlo, tal vez de algún oriente
que el alma en su ceguera vio como un espejismo,
y en ansias de la cumbre que dora un sol fulgente
ir con fatales pasos hacia el fatal abismo.
Con todo, hubiera sido quizás un noble empeño
el exaltar mi espíritu bajo la tarde ustoria
como un perfume santo...
¡Pero si el corazón es brasa transitoria!
Y sin embargo, siento como un perenne ardor
que en el combate estéril mi juventud inmola...
(¡Oh noche del camino, vasta y sola,
en medio de la muerte y del amor!)
Dossier de José Asunción Silva
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