
Selección y traducción de la poesia de la escritora argentina

Me gusta pensar en la obra de ciertos escritores como una especie de agujero negro que se crea cuando una estrella agota su combustible y la materia restante, si queda suficiente, colapsa debido a su propia gravedad. Esos espacios capaces de yuxtaponer a las facultades múltiples de la naturaleza un poder de asombro que va más allá de la mirada humana y que, al mismo tiempo, son “dispositivos que atrapan la luz, concisos microcosmos que lo contienen todo".
También me gusta pensar en la vida como un bus descompuesto en donde habitan todas las historias de amor del universo, todos los partidos perdidos, las oraciones a un dios sordo que te escupe a la cara y te ignora mientras afuera ha dejado de llover. Me gusta pensar en mis amigos, en los viejos tiempos en los que jugábamos a inventar historias para sobrevivir y para soportar la furia que el calor otorga a quienes pensamos en escapar, sin darnos cuenta de que corremos en círculos, como perros adormecidos, como fantasmas derrotados incapaces de atravesar los muros de esa casa en la que duermen las ficciones que nos condenan.
Uno de esos escritores de los que hablo es también mi amigo, uno de esos amigos de los que hablo conduce también un autobús resplandeciente que no se detiene, que avanza con un ritmo desenfrenado sobre las autopistas del miedo, del tiempo, del fracaso. No sé hace cuánto tiempo conozco a Miguel Castillo y no me importa, lo que importa aquí es que hoy celebramos su nuevo libro, lo que importa aquí es que hoy sus palabras han configurado un territorio nuevo en donde los pasajeros de ese viaje abren y cierran los ojos ante una realidad que los somete y los condena y los abandona. Un punto en el espacio dentro de la realidad (una iglesia por ejemplo) pero que acaba siendo tocado por lo desolador (un pastor que te dice que ya estás listo, que dios ha sido testigo de tu paciencia, mientras lo maldices). Esa angustia, que Miguel ha sabido consolidar en los nueve cuentos que se articulan en El resplandor de la derrota, pone de manifiesto la extrañeza de los hombres y mujeres que no saben nadar, que olvidaron amar, que caminan por la vida con el peinado impecable de Steven Segal frente a la pantalla, pero con el alma rota, como si fueran gatos que naufragan dentro de una bolsa que alguien arrojo al río, como alguien que pelea con su sombra en las calles del barrio. Aquí el lenguaje, la voz singular de cada narrador se adelgaza y se estira y se transforma en virtud de una prosa que obedece a la vertiginosidad de los tiempos que corren y que escapan de la contemplación, la meditación o cualquier tipo de artificio innecesario.
Están aquí nuevamente los temas que ya se van constituyendo en el universo narrativo de Miguel Castillo –la soledad, el desamor, la sangre que brota de la boca al pronunciar el nombre de una mujer lejana, el padre sentado frente al televisor como en una especie de hipnosis, los espacios amenazantes, las deformaciones, la violencia particular, casi secreta que esconden sus personajes– esta vez de la mano de un tono sereno, maduro en su entramado, pero rebelde en su esencia. Hay en los relatos que integran este volumen un eje temático clave: la distancia que separa los cuerpos. El aire que circula triste entre esos cuerpos. Y, desde allí, esas intensidades agónicas se dibujan como conexiones algo insólitas, tiernas y hasta humorísticas en esas casas a las que se nos invita a entrar. El lector encontrará en estas páginas habitaciones cuyo interior muta; pasadizos que esconden derrotas inimaginables; la sombra de esos escritores que son la grandeza y la derrota, rituales con fuego, con himnos, con banderas negras que se agitan con el mismo aire de la tristeza de siempre; y, de fondo, el abandono, el paso del tiempo, la luz de esas estrellas que se extinguieron hace millones de años y que apenas llega hasta nosotros.
A menudo me gusta pensar también en esos libros que son como el brillo lejano que llega a instalarse en esa región dedicada a nuestro propio olvido, como aquel hombre que cava su propia tumba mientras piensa en el amor perdido, en las cosas que existen más allá de la duda y el silencio, en la forma de las nubes que cuando se miran desde un bus en movimiento son como las cucarachas que se escapan cuando alguien enciende la luz de la cocina.
El resplandor de la derrota
Miguel Castillo Fuentes
Editorial: Universidad Industrial de Santander
2018
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