Mayo 7 /2018

Los viernes me gustan todavía, hasta a nosotras nos dejan descansar del gran ojo médico y salimos temprano. Es el día que vuelvo caminando a la casa por la ruta larga y me dejo caer en las únicas horas que no me vigilan desde que todo se derrumbó conmigo. En el silencio me siento tranquila y traigo al presente las pocas cosas que aun me gustan, así sea por un rato, antes de que la realidad las interrumpa. La playa todavía me gusta, la siento como un ensamble entre el mar que explota tocando la orilla y la música que oigo cuando siento el agua. La terapia en cambio, es cada vez más pesada, últimamente decidí que las palabras del psiquiatra salen de él como de un túnel y se distorsionan cuando las dice, se deshacen antes de poder llegarme a los oídos y las letras sueltas del regaño repetido apenas me rozan. Igual hoy dije otra vez que me quería curar, que entendía, que iba a intentar.

El psiquiatra por momentos se transforma, sobre todo cuando estamos todas en círculo. A veces se va parando como si quisiera salirse del túnel y rugir lo que piensa de verdad de cada una, pero nunca lo hace. Simplemente se devuelve a su silla y pone al coro de flacas a recitar el conjuro que cierra cada sesión, pero que no nos funciona: sólo por hoy decido ver mis cualidades e ignorar mis defectos. Solo por hoy decido que mi salud es más importante que mi apariencia. Sólo por hoy decido ver mis cualidades e ignorar mis defectos. Solo por hoy decido que mi salud es más importante que mi apariencia. En el diario de la terapia que complementa el círculo de voces delgadas y tristes, escribí que iba a comer y lo leí en voz alta para que mis promesas se acoplaran a las de todas y en el eco de lo mismo, el psiquiatra no note que ya me rendí. Nosotras siempre decimos lo mismo, pero nunca decimos la verdad, yo creo.

En mi cabeza repaso siempre la película de todo lo que pude hacer distinto ese día, pienso mucho en eso. Por eso me gusta venir acá. Por un rato las voces de la gente que está en la tierra y no en el túnel, de la gente que es feliz como yo no puedo serlo, se cruzan con el mar que me habla distinto siempre desde que estoy así. El psiquiatra me dice, nos dice que esto nos va a matar y yo quisiera que así fuera. Quiero morirme, debería morirme, debí morirme.

                                                       M

                                                 D    O     R    M    I    R

                         M     O     R     I      R           O

                                                        I             R

                                        D     O     R     M    I     R

                                                                      R

Por momentos, por encima de lo que hay entre el idioma del agua y las cuerdas de timbre asimétrico que suenan juntas, quiero oír los peces. Me gusta pensar que los veo salirse del mar para abrazarme la tristeza y limpiarme la cabeza.

Ojalá no hubiera salido ese día, no se me hubiera ocurrido sacar el pase y no me hubiera cogido la obsesión por manejar. Todos los días, por un momento cortísimo cuando abro los ojos, se me olvida que ese día le insistí mucho que me dejara manejar, que no le dijéramos a nadie, que íbamos y volvíamos rápido. El semáforo estaba en verde y cuando avancé, nos alcanzó el grito largo del otro carro que venía pitando, me paré en el freno, pero el golpe de una vez estalló los vidrios y dobló las latas, todo el lado del copiloto estaba hundido y mi papá no decía nada. Yo gritaba llorando y lo tocaba tratando de que me hablara, que me dijera cualquier cosa. Ahí ya el golpe arrastraba el carro y se oían las llantas luchando contra el suelo, hasta que nos empotramos contra el poste y me pegué en la cabeza. Si el golpe hubiera sido por mi lado, mi capricho no nos hubiera quitado a mi papá.

Solo por hoy quisiera no ser yo. Solo por hoy quisiera estar en la tierra. Solo por hoy quisiera poder decir que ya no hay más tiempo para la tristeza.