
Un cuento del escritor juarense tomado de su libro Permutaciones para el estertor del mundo

Una lluvia de morteros ilumina las pupilas del general Álvaro Uribe. Los explosivos caen sobre los patios de la Casa de Nariño como las cañas extraviadas de una quema de pólvora. Son fuegos de artificio que lo complacen más que todos los que se hubieran quemado en honor del presidente en las sucesivas transiciones del 7 de agosto y que contempla con una expresión ambigua de felicidad y de deseo de venganza.
El personaje de la nueva obra de Adalberto Rojas (Pereira, 1972), Mañana cortaremos el heno (Nínive, 2016), es autoritario como Rafael Núñez, demente y fanático a la manera de Laureano Gómez y agreste en las formas y en la gramática como el expresidente Álvaro Uribe. El autor tiene la obsesión de los detalles y no permite a su general hacer el gesto de levantar una taza sin que los historiadores de la República lo hubieran consignado antes en sus obras. García Márquez, que procuró para el Bolívar de El general en su laberinto un calendario lunar tan preciso que la silueta del Libertador nunca se cortó contra el cielo a oscuras de una menguante, sentó uno de los principales precedentes de Rojas (habida cuenta de la admonición de la Academia Colombiana de Historia que ambos autores recibieron tras la publicación de sus novelas).
El expresidente Uribe publicó la semana pasada en su cuenta de Twitter —después de que se conociera que finalmente la Librería Nacional distribuiría el libro, pese a los reparos del senador y tras una breve disputa legal con la editorial— que el escritor pereirano tenía motivos políticos para atacarlo, porque su padre había sido “un miembro conocido de la UP”.
El lector comprobará que las cuatro partes de Mañana cortaremos el heno —editada como parte de una colección de ocho títulos de ficción histórica, Distorsión— están apenas basadas en los hechos más polémicos del Uribato, denominación genérica que da el libro al ochenio uribista. La guerra contra un ejército difuso de milicias liberales y guerrilleros comunistas enhebra relato, pero el monólogo del general marca el ritmo de cada puntada. La palabra del general está construida sobre un poderoso dominio de los diálogos. La destreza de Rojas recuerda la de Tomás González con sus criaturas, a quienes parece que estuviéramos escuchando de viva voz en cada línea.
Trastocando la historia oficial en un gesto lleno de significado, la novela nos muestra a un Uribe que cae en su octavo año de dictadura y se marcha al exilio a la España de Franco. Alberto Lleras, deformado por una tara en las ideas y en el habla, viaja a ofrecerle a su anterior oponente un gobierno compartido para pacificar el país. Firman la Declaración de Benidorm e inauguran la época que más tarde sería conocida como el Frente Nacional.
El general –creado como un collage de las figuras más emblemáticas de la derecha nacional- enardece a la ciudadanía con leyendas como la del millón de cédulas falsas en las votaciones, que reiteró incansablemente para justificar los triunfos liberales luego de la hegemonía conservadora. Firmados los acuerdos, según los cuales las corporaciones públicas serían paritarias entre liberales y conservadores hasta 1968 y los cargos del Ejecutivo que no pertenecieran a la carrera administrativa reflejarían equilibradamente la composición del Congreso, Uribe se opone como chantaje para conseguir la alternancia presidencial entre los dos partidos.
Con el tiempo, esta obra está llamada a trepar al pedestal de El otoño del patriarca, La fiesta del chivo o Yo, el supremo. “Los escritores de mi generación deberíamos estar agradecidos con la historia por habernos regalado un dictador moderno”, explica Rojas con un acento pereirano completamente limado tras más de dos décadas de residencia en Nueva York. “Los venezolanos fueron los que saltaron más rápido sobre el cadáver de su propio sátrapa”, dice en referencia a obras como Patria o muerte, de Alberto Barrera Tyszka. “El cuerpo del nuestro todavía hiede en el Senado, con la putrefacción de un zombie que quiere los cerebros de la libertad y la justicia. Yo sentía que tenía que escribir esta novela para defenderlas, al menos en un mundo paralelo donde los malos no son siempre los que triunfan”.
El Monstruo, apodo que hereda el general de Laureano Gómez, tararea himnos falangistas a las cuatro de la mañana mientras se perfila el bigote y recibe el primer parte de guerra del día. Hace gárgaras con una copa de aguardiente y repasa las cuentas de un rosario de esmeraldas a la misma hora. Como vago molde para el personaje de una gran novela, Álvaro Uribe ha tenido la mala suerte de coincidir con un inmejorable escritor. Ya podremos atestiguar cómo el senador sigue atacando a Rojas, como en su momento lo hiciera con Vargas Llosa el Vladimiro Montesinos de Odría, Alejandro Esparza Zañartu, el Cayo Mierda de Conversación en La Catedral.
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