Carta 17 - Sobre la crítica

Por: Comité editorial Sombralarga

Con tan solo 22 años, Friedrich Nicolai (Berlín, 1733 - 1811) publicó sus Cartas sobre el estado actual de las bellas artes en Alemania (Briefe über den itzigen Zustand der schönen Wissenschaften in Deutschland), que le valieron la fama entre los intelectuales de la época, pero no la memoria de las generaciones que le seguimos. Diez años después, en 1765, se dio a la tarea de editar la Biblioteca universal alemana (Allgemeine deutsche Bibliothek), la revista de crítica literaria más importante de la Ilustración, dedicada única y exclusivamente a reseñar la producción editorial del momento y en la cual Nicolai puso en práctica lo que venía discutiendo con tantos otros interesados en las "bellas letras", particularmente movido por la lluvia de elogios mutuos que se encontraban en las reseñas contemporáneas.

La carta que presentamos a continuación es la número 17 de las Briefe über den..., y si bien salió a la luz hace más de 250 años, no deja de dar luces necesarias a la hora de hablar sobre crítica literaria en nuestro país, donde los miles de libros que se publican al año tienen una importancia menor al lado de otras manifestaciones culturales, el mismo país en el que la revista Arcadia, para la pasa Feria del Libro de Bogotá, publicó un especial con 86 "reseñas" que más parecían descripciones en un menú de pedidos online, un catálogo de venta que solo presentaba maravillas de nuevo orden y elixires de la eterna juventud. ¿Cuándo es más necesaria la crítica que en estos momentos de auge editorial, de explosión sin precedentes de las publicaciones nacionales, acompañada claramente por una gran confianza del público en los autores colombianos? Los libros necesitan lectores y la crítica es síntoma de lectura, sea cual sea su forma (presentaciones de novedades, conversatorios, foros, recitales, charlas, ¡reseñas!, booktubes, y las que nos quedan por inventar). Esperamos que el fragmento, traducido al español por primera vez, encuentre eco.


¡Mi más querido amigo!

¡Así que no se cansará usted de recriminarme mi bilis negra! Es un reproche que se me hace tan seguido, pero que merezco tan poco. ¿Qué lo mueve a creer que actúo con testarudez y misantropía? Que cierro los ojos intencionalmente frente a la belleza y que solo quiero encontrar errores, porque no me puedo convencer de que nuestras bellas artes hayan llegado tan alto como las de nuestros vecinos, porque creo que la mayoría de nuestros escritores no cuentan con las bondades que deberían, que tienen por prioridad algo de poco valor: suficiente ingenio como para escribir un libro, un poema, una pieza dramática; que, en cambio, les faltan otras con las que eso no se puede comparar: fuerza suficiente en el criterio para elegir solo las ideas que aparecen en el lugar debido dentro de un todo y una luz recatada que brilla donde es preciso, preferible a un deslumbrante resplandor que alumbra, ahí donde llega, tan poco como el crepúsculo más oscuro; suficiente abnegación para comprender y mejorar sus fallas, y suficiente buen sentido para no querer hacer realidad las ocurrencias de una hora entusiasta, para no empujar ideas hacia lo vulgar, para reconocer los contrastes ridículos que debería ver cualquiera que no los juzgue con el grado de calor con el que se escribieron.

A sus ojos merezco castigo porque no tengo ningún partido, porque no idolatro nada, porque todo lo examino con esmero, porque desapruebo aquellas cosas que se han amado públicamente, y porque me mueven obras del espíritu que, según la opinión, no deberían mover a nadie. Usted me reprocha no estar satisfecho con muchos de los escritores alemanes. ¿Es eso mi culpa? ¡Si hubieran estado menos satisfechos consigo mismos, quizá estarían sus lectores más satisfechos con ellos! ¿Qué debo hacer? ¿Debo inventar perfección donde no encuentro ninguna? ¿Debo ser compasivo con la obra de mis compatriotas y reconocer como bueno todo eso que es escasamente soportable, solo porque es alemán? Tal compasión es muy vergonzosa para nuestra nación (parece confirmar que no se debe esperar mucho de ella), y sin embargo soy tan patriota como para no creer que se la deba medir con las reglas del espíritu de otras naciones, aunque desearía que no fuera nuestra meta tal embarazosa mediocridad, que esperáramos lograr alcanzar el estado de fineza, rectitud y buen gusto que podemos ver tanto en los inmortales antiguos como en los magníficos modernos de nuestros vecinos. –Pero aquí se acalora usted de nuevo: “¡Con sus adorados vecinos! ¡Ya estamos allí donde debemos estar! ¡Hemos llegado tan alto como ellos!”- ¡Pues, bueno! Creamos, cuando usted quiera, que lo hemos hecho. ¿En qué hemos mejorado con eso? ¿Quién nos asegura que es cierto eso de lo que nos vanagloriamos? No son nuestros vecinos quienes lo afirman: somos nosotros. Bien, ¿quién, entre nosotros debe confirmarlo? ¿La ambición y el egoísmo de nuestros escritores? ¡No! Una crítica saludable y certera es el único medio para alcanzar y definir el buen gusto, crítica contra la cual usted está tan empeñado.

La cuestión de la crítica –debo decir en contra de lo que usted piensa- no gira sobre mi gusto ni sobre mis prejuicios, que pueden estar errados y sin embargo no se atreve usted a descartar porque no ha tenido el valor de analizarlos. No me defiendo a mí mismo porque estoy lejos de creerme un crítico en términos generales y porque su empeño no va únicamente en mi contra, pues parece que le es sobre todo difícil criticar aquello en lo que se puedan encontrar muchas beldades, poner a prueba la gloria de un nombre reconocido, extender su atención a tantas cosas que comience a mencionar pequeñeces de las cuales, sin embargo, su opositor no dice nada. Encuentra usted testarudo el ser difícil de satisfacer y tiene por fineza comprobar la belleza en cualquier página antes de reconocerla como verdadera. Le encantaría que fuera suficiente el título general de Belleza y que no se llegara a pensar en que algo bello para alguien, según otra opinión, pueda llegar a ser horroroso. Confieso que es necesario juzgar de tal manera cuando se quiere otorgar al ingenio alemán la ilimitada prioridad que usted le quisiera otorgar; pero ¿sería glorioso para los escritores alemanes si tuvieran que temerle a una de esas críticas verdaderamente justas?