Cuestionar la noción de novela aporta, pero no basta

Por: Juan Camilo Rodríguez Pira

Arte por: Óscar Jiménez

Voto de tinieblas sirve para discutir qué entiende uno por novela y qué valora en ellas. Cuando alguien como Parra Sandoval toma ciertas decisiones al narrar uno se pregunta por el motivo y el resultado. Él siempre cuestiona el género novela y busca nuevas maneras de narrar; pero algo falló en esta apuesta y uno se pregunta si ello se debe a los valores que invocó o al uso que hizo de ellos.

La novela es una autobiografía apócrifa de una monja que pasó treinta años sin ver la luz del día; al salir se dedica a narrar su vida y es atendida por la última pareja que tuvo su padre, una antropóloga que también tiene voz en la novela. Allí leemos sobre su matrimonio trunco, su entrada al convento y su encierro posterior; también la vemos trabajando con indígenas, vacunando a medio país y ayudando a mujeres víctimas de la violencia de género.

Voto de tinieblas es y no es una novela histórica; Voto de tinieblas es y no es una novela sobre la sexualidad de una mujer enclaustrada. Al principio, como creí que era una novela histórica convencional, busqué pistas para ubicarme en el tiempo: la protagonista leía a Levi-Strauss en la infancia y supuse que sucedía en el siglo XX, pero al ver que su novio trabajaba con Agustín Codazzi dejé de pensar en un momento preciso. Luego me preparé para leer sobre su sexualidad y su encierro: ahí encontré mucho, tanto que empecé a preguntarme sobre la necesidad de insistir en el tema. Afortunadamente la protagonista se perturba y pregunta por otras cosas.

La novela salta en el tiempo, pero eso no le impide repasar la vida de un periodo muy similar al siglo XIX, con algunas de sus expediciones y el conflicto de siempre. Y ahí empiezan las preguntas: si Voto de tinieblas no sucede en ningún momento preciso, ¿por qué insistir en el XIX y la colonia?, ¿será que estos hechos perviven? Una novela histórica puede justificarse por los tiempos que visita y lo que queramos decir sobre ellos y sobre el presente, ¿pero qué decir de una obra que habla del ahora y de lo inmutable, pero insiste en el XIX? Esta pregunta se articula con la sexualidad conventual: si en la novela confluyen mujeres como las víctimas de siempre y antropólogas contemporáneas, ¿por qué insistir en una monja de claustro?, ¿cómo nos nutrimos hoy al desarrollar ese género novelístico?

La novela sucede en un lugar llamado “la Isla”, pero el paisaje, las etnias y los eventos suenan colombianísimos. Si no es una novela histórica o confesional, ¿qué es entonces? Queda la impresión de una alegoría y, a renglón seguido, surge otra pregunta: ¿vale la pena escribirlas? El lenguaje ampuloso de la monja y su solemnidad apuntan por ahí.

Suponer que la novela es una alegoría sirve para explicar algunos hechos, pero no por eso ellos son fáciles de aceptar. Podría alegarse que la protagonista delira o que el género de la vida conventual femenina se tuerce, pero justificar un evento no lo hace menos forzado.

Vale la pena recordar quién escribió este libro. Rodrigo Parra Sandoval es el mismo de El álbum secreto del Sagrado Corazón o Tarzán y el filósofo desnudo; el mismo que ganó el premio nacional de novela, tuvo mención de honor en Casa de las Américas y acaba de ganar el premio nacional por Vida y Obra. Sus novelas no sólo se agradecen por su sentido del humor, su ironía o su capacidad de recobrar recuerdos escondidos; lo más importante es su preocupación constante por renovar el género de la novela. En nuestro país, donde tantos novelistas hacen obras convencionales y sus experimentaciones son juegos menores, se aprecia la existencia de quienes persisten en la pregunta sobre cómo narrar.

Y siguen las preguntas sobre las elecciones de Parra Sandoval, ¿por qué una novela en tono solemne que suena a alegoría?, ¿por qué una novela sugiere ser interpretada y se llena de símbolos?

Puede ser que los gustos de lectura estén cambiando, pues Voto de tinieblas parece escrito para un suscriptor de Eco. Insiste en claves de lectura que fueron fértiles hace décadas y ahora pueden cansar: pide una interpretación, explora la subjetividad de alguien extremo, invoca la intertextualidad como un valor en sí mismo, desconfía de las narradoras y sugiere claves. ¿Sigue siendo pertinente esa forma de leer?

Y no sólo están cambiando las claves de lectura: también cambian los lectores. Si bien mi generación creció bajo en el catolicismo y tenemos lastres que ya no quitan, sí cansa otra denuncia sobre el control de la iglesia. Si bien mi generación no ha podido arrancarse el machismo, sí cansa ver que insistan en lo “femenino” como algo inescrutable y distintísimo, como si “hombres” y “mujeres” fueran especies diferentes y no pudiéramos hablar de personas. Si bien algunos de mi generación crecimos tomándonos los libros muy en serio, buscando alusiones y persiguiendo símbolos, ahora valoramos más cosas.

Ahora bien, es posible que yo esté juzgando estos valores así al ver los resultados de Voto de tinieblas. Pero eso no implica que estas claves de lectura no puedan ser fértiles en otras apuestas: con frecuencia surgen joyas que abogan por herramientas que creíamos agotadas.

Parra Sandoval aspiró a mucho en esta novela y eso siempre se agradece. Los riesgos ajenos enseñan mucho; la valentía siempre es admirable. A mi juicio hubo cosas que fallaron, pero las preguntas importantes permanecen. Además, esta novela es un intento entre muchos otros: de seguro Parra Sandoval tendrá muchos alcances en otras novelas recientes.