
Sobre cómo la poesía es hogaño empleada para mantener a flote a los náufragos.

Después de ser embajador en España, Pedro Gómez Valderrama volvió a Colombia con el corazón agrandado. Hacia finales de 1991 y principios de 1992 le fue diagnosticada un tipo de hipertrofia cardiaca, ensanchamiento que en mayo de 1992 su cuerpo dejó de resistir. En palabras de su hijo, Pedro Alejo Gómez Vila, su muerte fue una alegoría de su vida: tenía que matarlo el tamaño de su corazón1.
Gómez Valderrama nació en Bucaramanga, capital de Santander, en 1923. Estudió Derecho en la Universidad Nacional de Colombia, profesión casi mandatoria para todos los intelectuales de mediados de siglo pasado y que le permitiría, además, la alternancia con su oficio de poeta. También le resultaría útil años después, cuando fue nombrado embajador en Rusia y España, antes de ocupar el cargo de Ministro de Educación durante el gobierno de Guillermo León Valencia. Así, Gómez Valderrama hizo parte de esa extensa tradición intelectual —que bien podríamos llamar híbrida o anfibia— que hacía malabares entre la escritura y la construcción de una figura pública. Es más, esa esfera pública, a todas luces política y profundamente estratégica, era la que garantizaría la supervivencia de proyectos personales "alternos", como sería la publicación de su propia obra o la participación en importantes proyectos editoriales como la Revista Mito (1955-1962), donde hizo parte del comité de redacción.
Aunque persiguiendo el verso se acercó por primera vez a la literatura, fue en la prosa, especialmente en los cuentos, donde hizo ese nicho paralelo a su vida pública. Pedro Gómez Valderrama, confeso admirador de Jorge Luis Borges y Stendhal, escribió varias antologías de cuentos breves (entre ellas, por demás, dos elusivos guiños a Borges en Complementos a Borges publicado en 1957 y en Invenciones y artificios publicado en 1975), cuyos temas medulares van desde una aproximación antropológica a la historia de la brujería —en "Muestras del diablo" (1958)— hasta recurrentes tropos de la literatura universal, como en "La nave de los locos" (1984). Además, Gómez Valderrama hizo varias traducciones, entre ellas se destaca la del famoso poema de Ezra Pound, Near Perigord, así como varias reseñas y ensayos breves publicados en la Revista Mito. Sin embargo, la obra más representativa del autor santandereano fue, paradójicamente, su única novela, La otra raya del tigre (1977), una historia sobre las voces viejas, sobre su tierra que nunca lo dejó, sobre su Abuelo y los abuelos de muchos. Una novela sobre la sangre derramada y mezclada, sobre los pianos, sobre Alemania en el Estado Soberano de Santander, pero, sobretodo, sobre Gómez Valderrama y su ejercicio del recuerdo.
Ahora, tras este pasaje poco exhaustivo, bastante parecido al del turista que camina, toma fotos, pero nunca se demora en algún sitio de interés, resulta importante señalar que hay algo que atraviesa toda la obra de Pedro Gómez Valderrama, "algo" que probablemente incentive a que dejemos el turismo superficial sobre sus textos y más bien entremos y nos detengamos en cualquiera de ellos, o en todos. Gómez Valderrama, además de diplomático, ex-ministro, abogado, editor y escritor, fue un hombre que entabló un diálogo con la Historia, que nunca abandonó. El diálogo, como todo buen diálogo, no se trató de una conversación plásticamente armónica, ni qué decir obediente, sino de un elemento conflictivo pero que le resultaba necesario a la hora de escribir. Pero ¿por qué es pertinente hacer notar el elemento histórico en la obra de Gómez Valderrama si éste era, no más, un escritor? Si los escritores hacen ficción y se dedican al "supremo arte de la creación", ¿qué es lo que nos podría decir de nuestro pasado si no hay un cierto grado de veracidad? Quizás, muy consciente de que los historiadores no son los únicos que escriben la Historia y que, más bien, la manera en que recordamos es siempre arbitraria y se llena de fragmentos de toda procedencia, Gómez Valderrama era un escritor histórico. Y no simplemente porque hablara del pasado, sino porque parecía posicionarse ante la idea de que la Historia es un artefacto discursivo, maleable como el que más. Que Gómez Valderrama sea reconocido como un "intelectual híbrido", que además de escritor se fascinara con lo que él mismo nombraba como la "imaginación histórica", toma relevancia pues permite entender una manera de pensar y una visión de mundo en la que él, y muchos otros, se inscribían.
En 1977 con el motivo de la presentación de su novela, Pedro Gómez Valderrama fue invitado a la Biblioteca Nacional de Colombia a una charla que luego fue publicada como Gómez Valderrama o la Otra cara del tigre (1979) por Analíticas de los Andes. Allí, dice que "El hombre con la historia es Sísifo con la roca". Quiere decir, después explica, que el hombre teje su interpretación de la historia, la corona, llega a la cima de la montaña con ella, pero evidentemente tal ascenso nunca es definitivo, se trata de un eterno recomenzar. En ese discurso público, como ejercicio de auto-reflexión sobre su obra, también hace alusión a que la "conjetura histórica" —noción que usa para explicar su proceso analítico de escribir— está compuesta a la vez por una buena dosis de "misterio", así como de lo que denomina el "reverso de la interpretación histórica". Ese reverso lo explica como la apertura de posibilidades, como intentos de crear o reinventar historias posibles, paralelas o antípodas de las "historias oficiales". Todo esto nos habla de la conciencia y la responsabilidad del autor con su oficio como inventor. La Historia le interesó no sólo como punto de partida para sus relatos, sino como problemática sobre la que habría que asumirse y posicionarse.
La irreverencia, la ironía y la curiosidad sobre el pasado se expresan con claridad en cuentos como "El historiador problemático" (1970), en el que el protagonista, historiador, relata historias y se cuenta testigo de eventos cruciales de la historia nacional, como reuniones entre Simón Bolívar y Manuelita Sáenz, entre otros personajes arquetípicos. El historiador se revela al final del cuento como un loro parlanchín, que sirve, no tan sutilmente, como un símil alegórico que invita a hacer una crítica hacia la disciplina histórica, pero sobre todo a las certezas y a los acuerdos de verdad. El loro, animal en últimas, no conoce sino que repite, no cuestiona sino que alecciona.
En La otra raya del tigre (1977) este ejercicio conjetural parece ser llevado a su máxima expresión, pues se trata de una historia que le es cercana no sólo a él sino a muchos coterráneos de Santander cuyos antepasados, o bien participaron en la vida de Geo Von Lengerke, o fueron asiduos oyentes de sus aventuras. En esta novela, aunque el autor confiesa haber hecho un trabajo de archivo que le permitió basarse en acontecimientos puntuales de la historia del departamento, también hay algo particular que entra a problematizarse en dicha construcción, que es el protagonismo de la historia oral como sustento de la investigación-escritura. Uno de los personajes más importantes de la novela, como narrador ausente, a veces protagonista, a veces mero fantasma, es la figura del Abuelo. Al final de la novela, Gómez Valderrama confiesa que el Abuelo es su abuelo mismo, y que la historia de Lengerke fue uno de esos tesoros heredados que se fue configurando con el paso del tiempo a partir de los recuerdos y los vacíos de sus relatos orales.
Así, tanto en esta novela como en sus cuentos, se puede percibir un discurso que sirve de fondo y sustento para lo que relata. Lo que resalta de lo anterior no es que Gómez Valderrama hubiera hecho ficción histórica, sino que fuera de los linderos de sus textos, como en discursos públicos o en cursos que impartió, reconociera su interés, su postura y su visión sobre la disciplina histórica. Que asumiera las implicaciones de decir que las verdades históricas son escurridizas y moldeables y que con ello pretendiera alterar no sólo la esfera literaria en la que participaba, sino la conciencia histórica de su público lector.
La obra de Gómez Valderrama no ha sido lo suficientemente explorada en su totalidad, puesto que su novela, con todo merecimiento, se ha llevado gran parte del protagonismo. La narrativa del autor santandereano, desde "¡Tierra!", hasta "Los papeles de la Academia Utópica", deja entrever un despliegue de discursos tanto cosmopolitas como de una preocupación por la construcción de la historia nacional. En suma, se trata de una montaña enorme —como las santandereanas— por caminar, y en ese camino, como lectores y además herederos de un pasado nacional todas veces conflictivo, algunas hilarante y otras veces doliente, tal vez podamos encontrarnos, vernos las caras y preguntarnos por los alcances de cada paso dado y de todos los que nos quedan por dar.
Notas
[1] Gómez Vila, Pedro Alejo. "Retrato en el tiempo". Revista de Santander, Edición 2. 2007. Originalmente publicado en el número 193 de la revista de poesía Golpe de dados, 2005.
[2] Este último título hace referencia directa a un verso de su amigo y poeta Jorge Gaitán Durán, a quien cita a manera de epígrafe en dicho cuento: "suelo buscarme / en la ciudad que pasa como un barco de locos por la noche", Si mañana despierto (1961).
Sobre cómo la poesía es hogaño empleada para mantener a flote a los náufragos.
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Poema sobre el movimiento de la conciencia que desespera, se invierte y vuelve sobre sí misma; poema sobre la negación.
Enigmático, como muchos de los poemas del autor antioqueño. Nunca la muerte había sido sido recibida con tanta hospitalidad.
Un cuento tan ingenioso como desesperado sobre una mujer, un hombre y un perro muerto.
Están allí. Ellos, los Otros; están allí. Habitan aquel lápiz de labio en desuso. En el aroma a incienso al abrir un cajón olvidado...