De huellas y contactos: una lectura a Niebla al mediodía, de Tomás González

Por: Alejandro Ponce De León

Arte por: Maria Carolina Botero Certain

Bajo la lluvia de verano
El sendero

Desapareció

Yosa Buson (1715-1783)

 

Están allí. Ellos, los Otros; están allí. Habitan aquel lápiz de labio en desuso. En el aroma a incienso al abrir un cajón olvidado o a rosas sobre la almohada contigua. Sabes que están allí; mientras desayunas, abres tu computador y revisas el correo. Ves sus nombres inscritos una y otra vez sobre el calendario del año pasado. También en tu forma de hablar o de sostener una copa al momento del brindis. Están allí y no dejarán de estarlo pues se resguardan en aquellos pequeños intersticios desde donde te acechan y reclaman algo de lo que eres, que al ser revisitados inesperadamente, redime aquella experiencia ya nublada con el paso del tiempo. Te hacen vibrar, vuelves a vivir; así sea por tan solo un segundo. ¿Cómo sería yo sin ella? ¿Ella sin él?

Es en esta clave que he leído la más reciente novela del colombiano Tomás González, Niebla al mediodía, publicada a mediados del año 2015 por Alfaguara –editorial que lo ha acompañado en sus recientes logros tales como La luz difícil y Primero estaba el mar–, y hasta ahora desconcertantemente desapercibida por el público nacional. La obra, si bien tiene gran relación con sus anteriores trabajos en tanto explora con gran finura las situaciones límite de la vida cotidiana, tiene la particularidad de acudir al thriller –género hasta entonces inexplorado por González– como instrumento para examinar la construcción relacional del ser desde una estrategia muy particular: la sustracción. Sin duda es un arriesgado cambio de registro que obliga a tensionar los límites del lenguaje, pero que al ser conjurado por medio de su característico arsenal de recursos literarios cuidadosamente seleccionado permite al autor antioqueño salir nuevamente invicto de su firme exploración a las conexiones, fricciones, y residuos en la vida cotidiana. Lo que somos. Lo que fuimos. Y de lo que dejamos de ser. 

La premisa de obra es simple: Julia desapareció hace siete meses y nadie sabe de su paradero. Desde un lugar distante ella nos llama, pidiendo ser comprendida antes que auxiliada; pero nadie la busca y al parecer a nadie le importa. A nadie excepto al lector, quien desde el inicio del texto es invitado a jugar el papel de detective con el fin de resolver el rompecabezas: ¿Dónde está Julia? Búsqueda. Sin embargo, hay un obstáculo a la tarea: no hay rastro alguno y solamente podremos saber acerca de ella gracias a la estela de experiencias con que ha marcado la vida de Raúl, Raquel y Aleja –los otros protagonistas de esta obra–, testigos y guías a lo largo del camino por las fibras vitales de la protagonista ausente. Huellas.

Sin duda hay una inestabilidad nata al texto. No sabemos lo que buscamos, no sabemos a qué le hemos de atender. Todo es relevante pero a la vez todo es espurio. Fugaz. Y ese aparenta ser el objetivo del autor.  En voz de uno de sus protagonistas: “te mueves un poco y las cosas se aferran a su ilusión de sólido. "Por ello, más que  ser guiada por el arco de algún protagonista, la novela es conducida por una exploración a aquello que podríamos llamar las zonas de contacto; escenarios en donde lo que se manifiesta es la profundidad afectiva del tejido relacional en que están inmersos los personajes. No conocemos a Julia, sino que nos interesará buscarla en tanto sus efectos han quedado impregnados en quienes la rodean. Será una exploración sutil pero sin duda furtiva. Podrá aparecer en alusiones a una conversación pasada, la lectura de un poema o simplemente el regreso a una foto. Es múltiple e inesperada. Su existencia está atada a la rememoración, pero no se limita a ella. Está allí, llamándonos. Recordándonos que la encontremos en los otros, en los celos, la envidia, el compañerismo o la  comprensión.

Cuatro serán los testigos de este caso. Raúl, la voz responsable de abrir la novela, es un arquitecto que ya se acerca a la tercera edad, y fue la pareja de Julia por algún tiempo; “[s]e casaron en un bonito pueblo colonial a tres horas de Bogotá y, luego de dos años y medio, Julia lo dejó”. Es el eterno enamorado de la persona equivocada y desde allí nos entregará su versión. Vive en a la deriva,  buscando una manera de afrontar su vida sin ella. Es el sinsentido, o más bien, la búsqueda inagotable del sentido. Seguidamente encontraremos la voz de Raquel, quien no entiende el dolor de su hermano Raúl y descalifica a Julia de mediocre y pretenciosa. La detesta. Actuará sobre el relato como la voz de la Razón –con debida mayúscula– reversa a la voz de la Emoción, encarnada en Alejandra, la mejor amiga de la desaparecida. El arquetipo del balance, un inquietante cotejo entre amor y odio, el bien y el mal, y el afecto y antipatía. Finalmente oiremos el suspiro de Julia, quien desde un lugar que hace mucho dejó de ser acecha toda intención de clausura narrativa y riñe los sentidos que sobre ella recaen: es la amante incomprendida, es la gran artista, es la amiga fiel; es la humanidad desvanecida que da dinamismo y sentido a nuestra búsqueda. Un toque rulfeano imposibilita la representación unidireccional a la que le apuesta cada una de las voces.

Entre convergencias y divergencias cada personaje de la obra aporta una singular clave de lectura que en su conjugación polifónica será fundamental para entender el enigma irresoluble que González quiere plantear. Cuatro voces, cuatro tonos, cuatro puntos de vista, cuatro hechos. Sin embargo, esta maniobra le ha exigido un desmedido esfuerzo por encontrar un lenguaje que apelase a esta textura tan inestable de manera sutil pero precisa, que no dejase escapar su intencionalidad pero que a la vez está muy lejos de clausurarlo. A mi juicio, lo encuentra, y este es sin duda el mayor mérito de la obra. Niebla al mediodía es una novela escrita con la precisión de un poema, que de manera única le permite conjurar la riqueza enunciativa de la prosa con la glosa de la novela a fin de lograr una complicada figuración de lo que es para nosotros invisible. Evidentemente, esta obra nos exige pensar en Deshielo a mediodía de Tomas Tranströmer –premio Nobel de Literatura en el año 2011– en tanto ambos textos recuperan exitosamente el Haiku en sus exploraciones, siendo evidente en el caso de González cómo la yuxtaposición y la violencia de la separación son ideas que gobiernan varios registros de la obra. Sin embargo, del Haiku también extrajo una sobria economía del lenguaje, siendo sus frases cápsulas geométricas para el sentido, pues como el autor decretó recientemente a propósito de su trabajo “Ningún segundo de nuestra vida es de relleno. Que no haya frases inertes o mal templadas. Cada página debería tener la misma intensidad de la primera o de la última.” Sencillo, sutil y austero. Casi matemático. Es un lenguaje óptimo para las intensidades y afectaciones que resuenan a lo largo de la narración.

Y es que eres huellas, eres vestigios. Eres flujo pero también eres nostalgia. Eres tú pero también eres ellos. Deseamos encontrar a Julia pero solo podremos obtener retazos de su historia. Encontramos huellas que, una tras otra, parecen conjugar un interminable embrujo que nos atrapa entre resonancias. Imposibilidad. Una de las propuestas más arriesgadas dentro de la teoría social del siglo XX ha sido entender al Sujeto como el fruto de aquella cadena de encuentros inesperados. Impregnado por la experiencia y surcado con el paso del tiempo, el ser deja de actuar como agente activo en su propia creación y pasa a un segundo plano en donde él no es más que una sumatoria de colisiones que le estampan, despedazan y vuelven a suturar su propia naturaleza. Eres contacto, dualidad. Eres hogar, eres amigos del barrio, eres amor, eres sueños nunca cumplidos. Eres vida. Como diría el sociólogo Erving Goffman “[N]o [son] los hombres y sus momentos; sino más bien los momentos y sus hombres”. En este sentido, Niebla al mediodía, es una genial invitación a considerar seriamente qué implica las relaciones entre los seres;  una postura atrevida que invita a que cualquier exploración directa al espíritu de lo humano deba transgredir el arquetipo del protagonista/héroe como agente activo de su devenir, para así cuestionar sensatamente: ¿Cómo sería yo sin ella? ¿Ella sin él? Huellas. Contactos.

 

Publicación: 2015
Editorial: Alfaguara
Formato: 24 cm x 15,1 cm x 0,9 cm
Páginas: 148
P.V.P: $39.000