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“Rompemos la lengua con palabras
para quebrar la hechura de cada uno”.
Una reseña de este libro no podría decir más que el libro por sí mismo. Una reseña de este libro tendría que ser una reseña que estuviera, sobre todo, dispuesta a escuchar lo que el libro tiene para decir. Las reseñas son un juicio o un resumen, pero Wintu no podría ser juzgado o resumido: a Wintu es mejor leerlo y compartirlo, porque al juzgarlo o resumirlo se estaría ejerciendo sobre él un poder que el libro no permitiría. Escribir una reseña de Wintu sería, entonces, escribir de uno mismo, porque Wintu es lo que es, sin que otro diga lo que es o no es. Hablar de este libro es confesar la propia mirada, el lugar desde el que se lee y el lenguaje con que se piensa. Así, lo siguiente podría ser más una confesión que una reseña:
Wintu es un libro que piensa, y que hace común la palabra que piensa. La palabra común que nos atraviesa piensa por sí misma, y lo hace en nosotros cuando la escuchamos. Escuchamos, primero, el cuerpo que se rompe para reproducirse; luego, la condición del cuerpo roto y responsable de su propio rompimiento. Soy varón, soy hijo parido y renuncia. Parir un hijo es parir un hombre que se volverá contra su propia madre; en Wintu pensamos sobre aquel mito de Freud: en vez de matar al padre (¿cómo matar al padre ausente?), sometemos a la madre, y la madre, sometida, está rota. Hay en ella un antes y un después: muere la mujer que se era para ser otra diferente, atravesada por nuevas palabras. Padre, madre, hijo, cuidado, abandono. Me pregunto, con las palabras que Wintu me ha dado:
“…el hombre no sufre ninguna alteración, aunque no sale indemne al ser padre. Si en verdad quiere ser padre”.
Me atraviesa, entonces, la palabra “padre”, después de la palabra “hijo”.
Wintu piensa las relaciones de pareja. Qué hay en ellas cuando hay y cuando no hay amor. Deseo y palabra, continentes de cuidado o violencia, y sexo y escucha, que reciben, piensan y devuelven. El deseo puede ser agresivo, violento, así como la palabra puede ser dicha para destruir. También, el uno y la otra, pueden ser amorosas y compartidas. Decidir devolver cuidado al recibir violencia, así como renunciar a la propia identidad al parir, no es (no puede ser) una imposición o un deber. Amar en el sexo es dialogar con el otro, porque tenemos la palabra y hemos aprendido a ser algo más que instinto. El deseo y la palabra nos atraviesan de forma que nos confrontan: las flores se entregan sin cama. Dos poemas dialogan con una palabra:
“Apenas se filtra la luz, una mujer mira la cama como a sus gerberas en un jarrón…”,
y
“Este acto es sólo mío,
todo ahogo que desechas yo lo tomo,
nuestra cama es heroica para la soledad
y la idea de compañía”.
Las flores y los animales cruzan este libro como un recordatorio de que, a pesar de ser entes de este mundo, somos diferentes en algunas cosas. En esas diferencias nos reconocemos, y podemos entendernos: la poesía hace lo que no hace el espejo.
“Voy hacia mi encuentro con la propia falta:
perdí la praxis de ensamblarme
cuando estoy frente al espejo”.
La mujer que se mira frente al espejo y no se ensambla, parece encontrar un reflejo diferente en la poesía, en el papel. Yo me miro al espejo y veo al mismo de siempre, con los rasgos del tiempo. ¿Qué es aquello de no ensamblarse? ¿Qué es estar fragmentado? Recuerdo ahora algunas veces que no quise mirarme en el espejo. El silencio que devuelve el espejo es el mismo silencio que devuelve quien no escucha. Enfrentarse a eso a diario es algo que me cuesta trabajo imaginar, y más después de haberse roto en un hijo, en un padre. El silencio de la poesía, por el contrario, escucha. La poesía es la palabra, y Wintu se pregunta por la palabra. El wintu es una lengua que muere, agoniza en el cuerpo de un anciano, último hablante fluido. Que muera no es lo que más importa, en mi opinión, pero sí que una lengua es una forma de entender el mundo; lo dice el libro en su segundo texto:
“Madre, en el wintu no hay plural,
ni singular.
El mundo existe aparte de los hombres.
No la afirma, la deja intacta a los sentidos”.
Me pregunto, con este libro, qué lengua estará más muerta: aquella que fracasó en el amor y todo el mundo habla, o aquella que quizá ama y no lo sepamos, porque ya nadie sabe escucharla. Tenemos palabras para cada cosa, pero las palabras pierden vida cuando no se piensan. Las lenguas mueren cuando no se hablan, cuando no se dialogan. Por eso, y por las palabras contra las que nos enfrenta, Wintu es un libro para ser leído y compartido. Las reseñas pueden preguntarse y divagar, pueden intentar dialogar, pero por una vez podríamos guardar el silencio de la poesía en vez del de los espejos, y escuchar.
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